Juan Manuel Aguiar

 

Y sí, tal como reza el título, la plana chavista que nos gobierna, da un paso más y comienza a regular precios. Esta vez con las mascarillas. Hace ya unos cuatro meses que en mi artículo “Eñezuela”, ya relataba los pasos que daría este gobierno para establecer la agenda marxista que ya implantaron en Venezuela, y, a día de hoy, debo reconocer que solo erré en una cosa: dije que esperaría un par de años para que vieran como se implantaba. Por desgracia para nosotros la situación que vivimos ha sido catalizador para la aceleración en la implantación de esta agenda, haciéndonos llegar en tiempo récord a uno de los sueños húmedos de todo comunista que se precie. El control de precios. 

Los economistas de diferentes escuelas suelen discrepar en todo, pero hay en general dos cosas en las que suele haber consenso. La peor inversión del mundo es un coche nuevo, y el control de precios siempre acaba mal.  

A menudo, vivir en un mundo que haría las delicias de Julio Verne, a la sombra inherente de colosales rascacielos, constelaciones satelitales todo poderosas y de realidades virtuales inimaginables hace apenas unos lustros, que constituye una existencia que parece haber moldeado un mundo ajeno a nuestra verdadera idiosincracia, nos hace creernos pertenecientes a una realidad opuesta, cuasi antagónica a nuestra esencia, a la que precedió a nuestro tiempo, aunque la tórrida realidad nos demuestre que, desde 1976, perdemos 7 puntos de media de CI por generación. Es entonces cuando llega Voltaire para recordarnos que la civilización no suprime la barbarie. La perfecciona.     

El control de precios no lo hemos inventado nosotros. Ni siquiera es reciente. Ya el código Hammurabi regulaba cuantos “gur” de cereal (aun faltaban mil quinientos años para que el reino de Lidia creara la moneda como la conocemos), había que pagar por determinados servicios. La realidad empírica a este respecto, es que el control de precios lleva 46 siglos fracasando. 

Ya en Egipto, la dinastía Lagid tenía un fortísimo marco regulador para la despensa. Este era apabullante y había una auténtica legión de inspectores (a sueldo del erario público) para garantizar el cumplimiento. Con complejos sistemas de censos de trabajadores y animales, así como de estimaciones de producción. Por algo para Roma fue “el granero del imperio”. La consecuencia de este control de precios es, siempre, la fuga de productores, lo que en el antiguo Egipto derivaba en la producción forzosa de los restantes a golpe de látigo y torturas para reequilibrar la producción. Aun así, bajaba. Esta fuga de capital humano les obligo a establecer la “ley de bronce”, por la que un trabajador no podía ganar más del mínimo para sobrevivir con la idea de poder regular el precio del grano sin que aumentaran los costes de producción y evitar una nueva fuga. Craso error.  

En Sumeria, hace mas de cuarenta y tres siglos, el rey Urukagina de Lagash tuvo que encabezar una rebelión contra Lugalanda para, como dicen los escritos de la época, ganar la libertad de su pueblo. El “amargi”, para ellos, que significa “retornar a la madre”, o “libertad”, en sumerio. No era para liberarse de un pueblo opresor, o de unos conquistadores, sino de un estado sobrealimentado que, mediante el control de precios y salarios, tenía una legión de vividores del estado que se mantenían a costa de impuestos cada vez mayores, y, por supuesto, “justificados”. ¿Os suena?

En Babilonia, Hammurabi, en su código, regula el comercio, precios, y salarios, así como un fortalecimiento de un estado que practicó la constante injerencia en todo asunto comercial, lo cual se tradujo en una caída abrupta del comercio durante siglos, como muestran los registros históricos, donde apenas se veían “tamkarus” (comerciantes). 

La China clásica, que regía su economía por el “sistema oficial Zhou”,  fue ampliamente intervencionista, con un superintendente que controlaba la cantidad de arroz a distribuir y recolectar, para controlar los precios a través de la oferta y la demanda, lo que dio siempre resultados nefastos, como afirmaba el propio doctor Huan Chang Cheng en su “principio de la economía de Confucio y su escuela”. 

En la antigua Atenas, el gobierno nombro a los “sitophylakes”, inspectores de grano, dedicados a regular los precios, cuyo incumplimiento tenía como consecuencia la pena de muerte. El fracaso fue tan estrepitoso que rápidamente tuvieron que nombrar a los “sitonai”. Una especie de “brokers” dedicados a buscar donde fuera ofertas de grano para proveer, dentro del mercado, a la maltrecha ciudad. 

En Roma, la Ley de las Doce Tablas, la ley liciniana, lex Genucia, lex Sempronia Frumentaria… y tantas otras, hicieron lo propio. Esa última ley, permitía a los ciudadanos conseguir una cantidad específica de grano por debajo del precio de mercado. En el 58 ac, se pasa a dar grano gratis directamente. La consecuencia fue que los agricultores dejaron de trabajar para irse a la ciudad y disfrutar del grano gratis sin necesidad de trabajar por él, los patricios liberaron a sus esclavos nominalmente para obtener esa “paguita” gratis como ciudadanos romanos que ya eran. Diez años después, un treinta por ciento de la población recibía esa paguita. La solución de Roma a la despoblación de los campos productores, y por ende, caída del producto y dilatación en consecuencia del precio real y el precio de mercado, fue prohibir a la gente de los campos salir de los campos. Lo que es de facto liberar población esclava, pero esclavizar a población romana. Sobre Roma y su control de la economía podría escribir veinte artículos, a cuál con resultados más desastrosos. 

La Inglaterra medieval hizo lo propio con el precio del vino, y tuvo que desistir ante el fracaso de la iniciativa. La Ley nº 51 de Enrique III fijó los precios del pan y a punto estuvo de derivar en bancarrota. 

Alejandro Farnesio sitió la ciudad belga de Antwerp en 1584. Los Padres de la ciudad establecieron un control de precios, sin embargo, el duque de Parma tardó meses en bloquear el Scheldt, por lo que podían pasar barcos a suministrar la ciudad. El control de precios hizo que nadie quisiera arriesgarse a semejante tarea, por lo que la ciudad se quedó rápidamente sin suministros y floreció el mercado negro con el precio real de mercado, aumentando este por la escasez fruto de la regulación. La ciudad terminó cayendo, siendo bloqueada de facto en segunda instancia por sí misma. El propio Felipe II reguló el precio del grano, teniendo varias bancarrotas. 

Canadá, y hasta Estados Unidos, cayeron en la magia populista de la regulación de precios, pagando caro ese error. En 1777, la regulación de precios del generó una hambruna en la propia Washington, donde los mercaderes se negaron a vender sus productos y a punto estuvo el ejército rebelde de perecer. La Ley Máxima en la Francia revolucionaria… o el caso argentino. Que pasó de ser la mayor potencia per cápita mundial por no interferir en la economía, hace apenas ciento veinte años, a ser la una de las economías más devaluadas por su política intervencionista y cayendo en barrena. Ni que hablar de la economía venezolana… que lleva años en hiperinflación y poniéndole ceros a su moneda.

Tal vez habría sino más correcto utilizar las ingentes cantidades de dinero que nos roban de los bolsillos para haber comprado ellos las mascarillas al propio precio de mercado y haberlas suministrado entre las personas que más las necesiten. En definitiva, El control de precios, y más el de las mascarillas, es una medida populista y destructiva, en tanto que “no evita que empresas se lucren de una situación particular”. Lo que se consigue de facto con el incremento circunstancial del precio, dentro del ajuste de mercado, es que más entidades fabriquen mascarillas para beneficiarse de ese hecho coyuntural, aumentando así la producción, y terminando por reajustar el precio a la baja por la propia ley de oferta-demanda, terminando con la escasez del producto, y provocando además que productores extranjeros encuentren en el mercado español una oportunidad. El control de precios lo que produce, 45 siglos después que la primera vez, una vez más, es la desincentivación. La falta de producción, la falta de comercialización por entidades extranjeras, que vetan nuestro mercado, así como emergen mercados negros donde los precios son todavía más abultados, como reajuste al desequilibrio producido por la regulación mercantil, así como la compra abusiva para acaparar existencias y revender en el mercado negro, o por simple acaparamiento. De momento, las empresas extranjeras que tenían contratos de compraventa de material sanitario con España, han paralizado las importaciones. De facto, la medida populista solo consigue el efecto contrario al que pretendía conseguir… una vez más, como lleva sucediendo 4.500 años… Welcome, Eñezuela.