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Elisa Greppi

Recién analicé el trabajo realizado por FUNDEU desde 2013, en el que cada año se recogen los términos más frecuentes y originales, y que incluso se consideran relevantes desde el punto de vista social; entre todas las palabras encontré dos aspectos sobre los que me puse a reflexionar.

Primero, hay que destacar la presencia de palabras que terminan con el sufijo “-fobia”: lgtbfobia, nomofobia, aporofobia y turismofobia. Esto ya puede considerarse como una paradoja de nuestra socieadad, porque si - por un lado - nomofobia representa el miedo a estar sin móvil y sin posibilidad alguna de comunicar con el mundo, las demás expresan el miedo que tenemos a la gente que nos rodea, ya sea por su orientación sexual, como por sus condiciones de pobreza o simplemente porque tememos que arruinen nuestra vida cotidiana o nuestro país. Dicha actitud acaba representando así un rechazo hacia la comunicación, la misma que tememos perder si nos falta la conexión tecnológica.

En cambio, el segundo aspecto se refiere a cómo la lengua ha empezado a desempeñar su papel también en la lucha de género, en la que las mujeres han reivindicado la creación de sustantivos femeninos para referirse a profesiones a las que, hasta hace poco, solo se dedicaban los hombres. Para numerosas carreras hay un único sustantivo masculino para referirse a quien ejerce una profesión dada, ya sea hombre o mujer; además, hay realidades en las que también el sueldo suele ser diferente, según el sexo de la persona empleada.

Todo eso va en contra del principio de igualdad: por lo tanto, no deben considerarse egocéntricas la voluntad, la lucha y el deseo de llegar un día a obtener un reconocimiento lingüístico de todas las profesiones realizadas por las mujeres. Si, por un lado, una de las primeras conquistas necesarias sería el reconocimiento del mismo salario, los mismos derechos y la mismas oportunidades que los hombres, por otro, la falta de sustantivos femeninos para referirse a algunas profesiones las invisibiliza y subraya implícitamente que las mujeres no se consideran idóneas para ciertos trabajos, así que urge una revolución también a nivel lingüístico para acabar con las discriminaciones.

Por consiguiente, la lengua refleja los cambios de nuestra sociedad, donde el miedo hacia lo desconocido es cada vez más frecuente y donde es más fácil comunicar y socializar a través de las redes sociales; además, es formidable ver cómo la lengua sigue viva, adaptándose y participando en los procesos de transformación de la colectividad y formando parte activa de la lucha social.