asamblea palacio
Justino Lupiáñez Mancebo

Es una maravilla eso de estar jubilado, créanme ustedes. Llega ese ansiado día en el que se dispone de todo el tiempo del mundo, sin tener que madrugar, sin plazos de entrega de proyectos y sin tener que aguantar a más jefe que al médico, que me regaña cada vez que me descontrolo con mis pastillas.

Y me alegra tener tanto tiempo libre porque lo gasto en lo que quiero. Este año, además, entre viajes del Imserso que me he ahorrado y la clausura de las partidas de dominó de la asociación, estoy que derrocho tiempo libre allá donde voy. Y lo estoy aprovechando. Ahora no me importa tanto esperar a realizar mis gestiones administrativas con oficinas del Ayuntamiento, algo que antes me ponían de muy mal humor. Me lo tomo con calma, y hasta como un entretenimiento que sustituyen las visitas a las obras, que en estos tiempos hay más bien poquitas.

Precisamente el otro día, hablando con uno de mis amigos funcionarios del Ayuntamiento, que para no dar demasiadas pistas le llamaré ficticiamente... Eleuterio, hice el intento de alardear de mi tiempo libre delante de él. ¡Iluso de mí! Me salió el tiro por la culata. “¿Tiempo libre?” , me soltó con una carcajada sonora que inundó la cafetería donde vamos los dos a tomar café y que suele estar llena de funcionarios del Ayuntamiento y organismos municipales cercanos, da igual la hora de la mañana a la que vaya.

“Mira”, me dijo, “tú no sabes lo que es tiempo libre. Verás, yo tengo un horario de 8 a 3. ¿Sabes a la hora que salgo de mi casa? Pasadas las 8:30, y llego al trabajo poco antes de las nueve. Sobre las diez me salgo a mi café, y hasta las once no vuelvo, porque oye, tengo derecho a una pausa para el café. Pero vamos, que si tengo que hacer alguna compra o recado, voy sin problemas y regreso a las once y media, total, tampoco pasa nada. ¿Y sabes a qué hora salgo? Pues a las 2 ya estoy recogiendo para irme y antes de las dos y media ya estoy en casa. Y eso sin contar que en la época en que pueda coger un barco los fines de semana, el viernes a la una estoy picando billete. Jajajaja, tiempo libre, dice...”.

La boca se me quedó un poco abierta y los ojos como platos. Mi amigo Eleuterio es un cachondo, no me cabe duda. Pero en ese momento me asaltó un interrogante:

“Un momento, estimado y caradura Eleuterio.”, le espeté con la confianza que me dan los años. “¿Quieres decir que te pagan, o te pagamos los contribuyentes, el 100% de tu sueldo por trabajar apenas un 70%? Pero... ¿eso lo hacen todos? ¿Y no hay obligación de fichar? ¿Y si viene alguien preguntando por ti, como me pasa a mí cada vez que quiero hablar con un técnico concreto?”.

De nuevo, fui un pardillo y sus carcajadas asustaron hasta a los compañeros que estaban en la mesa de al lado.

“No pasa nada, Justino, tú no te preocupes. Lo de fichar es para la empresa privada. Sí, vale, también tenemos la obligación legal de hacerlo en mi oficina, pero digamos que no lo hemos puesto en marcha porque nadie en el sector público tiene demasiado interés en controlar el horario de entrada y salida de los funcionarios. Y los sindicatos son los que menos interés tienen. Además, siempre habrá algún compañero que te supla. Y si viene alguien preguntando por mí, pues le dicen que he ido a tomar café. Tú no te preocupes que tarde o temprano tu gestión se hará, seguro, pero ante todo tenemos unos derechos. No querrás conculcar nuestros derechos laborales, ¿verdad, amigo Justino? No me seas antiguo, por favor. Jajajajaja.”

Yo lo que creo, fíjense lo que les digo, es que Eleuterio se está quedando conmigo. Me ha visto ocioso y algo atolondrado por la edad y me está tomando el pelo. Seguro que exagera y que no es tanto, seguro que trabaja muchísimo más. Es una característica muy española lo de exagerar. Lo único que puede tener razón mi amigo es que soy un antiguo, lo reconozco, tanto que a las Fashion Summer Parties las sigo llamando verbenas, imagínense.

Sí, la jubilación es fantástica. La pena es que nos pilla muy cerca la fecha de caducidad, y miramos de reojo con demasiada frecuencia a ese reloj de arena biológico que cada vez está más vacío. Me pregunto si cuando me visite la Parca podré decirle, con toda la tranquilidad del mundo eso de “Oiga usted, he ido a tomar café, que tengo mis derechos. Vuelva usted... en un par de años, o, mejor ya le aviso yo si acaso.”. ¿No sería fantástico? Bueno, y ahora les dejo, que son las diez y media y me espera Eleuterio para el café.