eu turquía
Xavier Ferrer Gallardo

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, fueron recibidos el pasado martes en Ankara por el presidente turco, Racep Tayyip Erdogan.  

Las relaciones entre la Unión Europea y Turquía no pasan por su mejor momento. La visita de los líderes de la Unión perseguía suavizar los términos chirriantes que caracterizan la dinámica bilateral actual. En un tuit del mismo día del encuentro, el presidente del Consejo Europeo, Michel, afirmaba que "se necesita una desescalada sostenida para construir una agenda más constructiva". Esto, en otras palabras, significa que serán necesarias muchas más reuniones para destensionar las relaciones. 

Pero lo cierto es que la Unión Europea de Michel y Von der Leyen tampoco se halla en su mejor momento. Ahora mismo, la UE no parece disponer de la fuerza geopolítica necesaria para establecer las pautas de esta nueva agenda bilateral "más constructiva" -de la que hablaba Michel a su tuit- de la manera más favorable a sus intereses. 

La debilidad geopolítica de la UE puede ser leída a través de los sucesivos desplantes diplomáticos con los que los veintisiete deben lidiar. Al desplante escenificado en Moscú en febrero, se le suma ahora el que tuvo lugar en el palacio presidencial de Ankara esta semana.  

En la sala donde se celebró la reunión bilateral había dos sillas flanqueadas con banderas. Una fue ocupada por el anfitrión, Erdogan. La otra fue ocupada por el presidente del Consejo Europeo, Michel. En consecuencia, Von der Leyen, la presidenta de la Comisión, se quedó sin silla. Tuvo que sentarse en un sofá lateral, en la periferia de la reunión, visiblemente incómoda y alejada de Erdogan y Michel.  

Había tres líderes, pero sólo dos sillas. La política internacional es (también) un juego de representaciones. ¿Error involuntario de protocolo o encerrona deliberada? Las interpretaciones son múltiples. Pero, en cualquier caso, si alguien reprocha el incidente a Erdogan, éste siempre podrá acogerse a aquella famosa pregunta falsamente atribuida a Kissinger: ¿A quién tengo que llamar si quiero hablar con Europa?. Es decir, siempre podrá excusarse en la complejidad organizativa de la UE y parapetarse tras la gran dificultad que entraña averiguar quién ejerce en realidad el liderazgo del proyecto de integración político-económica en Europa. 

No es fácil entender cómo funcionan las instituciones europeas. Al fin y al cabo, como suelen recordar los manuales, la UE no es más (ni menos) que un OPNI (un objeto político no identificado). Los veintisiete no son ni los Estados Unidos de Europa ni una mera organización internacional. Son una realidad híbrida -supranacional e intergubernamental- de difícil equilibrio institucional, y de un más que notable enmarañamiento organizativo. Cuesta saber quién dirige la orquesta. Cuando se trata de la UE todo resulta siempre más complicado. Incluso los desplantes diplomáticos.