Septem Nostra-Ecologistas en Acción de Ceuta

Este lunes se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Este día debe servir para diagnosticar el estado en el que se encuentra nuestro entorno natural, reflexionar sobre las amenazas que acechan a la biodiversidad, idear una estrategia para superar con éxito los retos ambientales a los que nos enfrentamos y prepararnos para la acción cívica tendente a la restauración de nuestro patrimonio natural. Existen, ya lo sabemos, problemas de índole mundial, como el cambio climático o la destrucción de la capa de ozono, y otros que tienen una dimensión de orden regional o local. En uno o en otro caso, es necesario aplicar aquel principio formulado por Patrick Geddes de pensar de manera global y actuar de manera local. Un principio que, para que esté completo, habría que ampliarlo con el concepto de actuar de manera global y pensar de manera local. Esto último es lo que pretendemos hacer en este escrito: hacer un rápido repaso a la situación ambiental de Ceuta.

Como punto de partida hay que entender que Ceuta, y todo el área biogeografía en la que se localiza, posee unos valores naturales muy importantes. La biodiversidad es especialmente destacada en aquellos espacios de encuentro entre realidades geográficas distintas, como sin duda es el Estrecho de Gibraltar. Las aguas que bañan Ceuta presentan unas condiciones físico-químicas que favorecen la vida natural. Además de ser un centro de biodiversidad, todo el área del Estrecho constituye un paso obligado para especies tanto de avifauna como de cetáceos y tortugas marinas. Esto lo saben los expertos en la materia y cada día más personas interesadas en la naturaleza y su conservación.

El papel desempeñado por el ser humano en el complejo entramado de la vida en la tierra y en particular en Ceuta ha sido hasta la fecha desastroso. Hemos pasado de la sacralización de la naturaleza a su destrucción inmisericorde. Todo se ha cosificado, hasta los propios humanos. Los árboles, como hemos podido comprobar hace unos días en el caso de la tala de ciertos ejemplares en la zona protegida de Calamocarro, han dejado de ser la residencia de las dríadas y hamadríadas a simples elementos que podemos eliminar si nos estorban. El poeta William Blake resumió muy bien este proceso de desacralización de la naturaleza en la carta que le envío a su amigo, el Dr. Trustler: “El árbol que mueve algunos a lágrimas de felicidad,  en la mirada de otros no es más que un objeto verde que se interpone en el camino. Algunas personas ven la naturaleza como algo ridículo y   deforme,  pero para ellos no dirijo mi discurso;  y aun algunos pocos no ven en la naturaleza nada en  especial.  Pero para los ojos de la persona de imaginación,  la naturaleza es imaginación misma.  Así como un hombre es, ve.  Así como el ojo es formado, así es como sus potencias quedan establecidas”.

La naturaleza, como acabamos de leer en el escrito de Blake, es para algunos un obstáculo en su insaciable apetito de poder y dinero. Cuando sus miradas se cruzan con un espacio natural o un edificio histórico lo único que logran ver son “oportunidades de negocio”. Con esta idea en la cabeza acuden al político de turno para lograr la recalificación de los terrenos que ansían a cambio de suculentos donativos para el partido o ellos mismos. Este ha sido el motor de la economía española durante buena parte del siglo veinte y de lo que llevamos del veintiuno. Esta máquina infernal, que contiene el aludido motor de pensamiento, ha dejado a su paso un desolador panorama de bosques arrasados, de ríos cementados, de buena parte de la franja litoral irreconocible por elevados bloques de apartamentos veraniegos y de mares contaminados. También ha conducido al país a una situación de quiebra económica y social que va a resultar muy difícil superar.

Antes de que se desatara esta locura colectiva que muchos califican de progreso la imagen de nuestros lugares era muy distinta. A principios de los años sesenta algunos, -como el Profesor Manuel Gordillo Osuna en su obra “Geografía urbana de Ceuta”-, recordaban a nuestra ciudad como una alegre ciudad de estampa andaluza con sus blanqueadas casas blancas, acompañadas de sus huertos y árboles frutales. Pero llegó el ansiado “progreso” que la burguesía local demandaba y los huertos se convirtieron en barracas y patios. Las casas de una o dos alturas fueron sustituidas por edificios de cuatro o cinco plantas. Los pozos fueron inutilizados, los arroyos colmatados y en el Campo Exterior se tuvieron que construir a toda prisa barrios de edificios de pésima calidad para eliminar, poco a poco, las barracas que ocuparon hasta el último resquicio libre del centro urbano. Muchos de los ocupantes de estas infraviviendas eran obreros que vinieron a Ceuta para trabajar en la construcción del puerto o pescadores de Cádiz, Málaga o Almería atraídos por la pujante industria pesquera de nuestra ciudad.

Durante muchas décadas se construyó todo lo que se pudo, aunque esto supusiera deformar la imagen de Ceuta hasta hacerla irreconocible, y se explotaron los recursos pesqueros hasta agotarlos. Cuando ya no quedaba apenas terreno en el que construir, ni peces que pescar, nos convertimos, o más bien nos convirtieron, en una ciudad de funcionarios y comerciantes. Nadie, o muy pocos, como Mariano Bertuchi en los primeros tiempos, tuvieron la suficiente sensibilidad para captar la belleza de esta tierra y la vocación para defenderla y promocionarla. Resulta difícil, por no decir imposible, atraer visitantes a Ceuta si los propios ceutíes desconocen las cualidades y valores de nuestro patrimonio natural y cultural. Pero más allá de que consigamos hacer de Ceuta una ciudad atractiva para los turistas resulta imprescindible que los propios ceutíes luchemos por mantener intactos los valores ambientales de este territorio mágico y sagrado. De ello depende nuestro bienestar físico y psíquico, así como el de las próximas generaciones.

Somos muchos, demasiados, los que ocupamos esta pequeña porción de tierra en este momento. La presión antrópica sobre nuestro frágil territorio es cada día más intensa. Además de las tensiones que provoca en la naturaleza la actividad humana de una población residente desorbitada, tenemos que hacer frente a un flujo incesante de personas que proceden del otro lado de la frontera. En estas circunstancias resulta muy difícil mantener el necesario equilibrio que requiere la satisfacción de las demandas ambientales, económicas y sociales de la población, -como acceso al agua, un trabajo o una vivienda-, con la capacidad de carga que nuestro escaso territorio es capaz de soportar. Aunque el término límite resulte una palabra casi tabú en el vigente discurso económico y político tendremos que empezar a utilizarla cada día más si queremos lograr que Ceuta pueda seguir siendo un territorio habitable.

El trinomio lugar, trabajo y gente ha marcado y marca el devenir del hombre en la tierra y el futuro de la vida en el planeta. Es urgente que modifiquemos nuestra manera de percibir la naturaleza, de experimentarla y sentirla. De alguna manera, como defendieron Emerson, Whitman, Thoreau, Geddes y el citado William Blake, debemos volver a mirar a la naturaleza con la misma admiración, veneración y respeto con la que lo hacían muchas civilizaciones en la antigüedad y todavía lo hacen los pocos pueblos indígenas que no hemos exterminado. Pero nadie conseguirá recuperar esta mirada si no cambia su manera de percibir y sentir lo que le rodea. Las administraciones pueden y deben velar por el cumplimiento de las normas y leyes ambientales, pero no lograremos preservar la naturaleza si no modificamos nuestra mirada, nuestros sentimientos y pensamientos. La combinación de estos cambios interiores debe conducir a una renovada ética y filosofía que ha sido bautizada como ecosofía por diversos autores, entre los que cabe citar a Panikkar y Skolimowski. La ecosofía, como defiende el último de los autores citados, se basa en una visión del mundo, no como un espacio para el pillaje de unos pocos, sino como un santuario en el que habitamos de manera temporal y al que debemos cuidar y legar en las mejores condiciones posibles. El nuevo papel del ser humano debe ser el de guardián de la vida.

Vista la tierra en su conjunto, y nuestra ciudad en particular, como un gran santuario dedicado al culto a la vida, -como lo fue en el pasado-, cualquier acción que la perturbe hay que considerarla un sacrilegio. De hecho la palabra contaminación significa precisamente la perturbación de lo sagrado. Cada vez que veo un mueble arrojado por los acantilados del Recinto; cada vez que contemplo los efectos de los incendios en los montes ceutíes; cada vez que mis dedos se manchan del fuel procedente de las fugas de la planta de CEPSA; cada vez que talan un árbol o lo mutilan de manera brutal; cada vez que me encuentro un vertedero incontrolado cuando paseo por el campo; cada vez que observo una fuga de aguas fecales en las playas ceutíes; cada vez que derriban un edificio histórico; …cada vez que algo de esto sucede siento que hemos fracasado como guardianes de la vida. Pero no podemos darnos por rendidos. El compromiso con la defensa de la vida es el único al que no podemos ni debemos renunciar.

La naturaleza, para el que sabe ver, sentir y pensar, es una fuente inagotable de felicidad y dicha, como dijo Blake. Pasear por el campo en primavera es una delicia para los sentidos. Percibir la mágica composición de formas y colores de los paisajes ceutíes. Oler la mezcla de fragancias que desprenden las flores. Escuchar el reclamo de las aves. Disfrutar del vuelo de los vencejos y las golondrinas. Tocar el cálido tronco de los árboles. Disfrutar de sus confortables sombras. Saborear el agua del arroyo de Calamocarro. Todos éstos son pequeños placeres que nos hacen sentir que la vida merece la pena vivirla. Nosotros, y los compañeros de otras entidades conservacionistas como SEO-Ceuta, y cada día más personas deseamos seguir disfrutando de la naturaleza. Queremos que la vida continúe en la tierra y que las próximas generaciones puedan disfrutar en el futuro de la bondad y belleza de la naturaleza. Te animo, a ti que lees este artículo, a que te sumes al pacífico ejército de los guardianes de la vida. En este ejército no hay jerarquías ni férreas disciplinas, tan sólo se requiere amor por la vida y por su expresión en las infinitas formas que adopta en la naturaleza. Si te alistas vivirás experiencias significativas y profundas emociones. Tan sólo te pedimos que pongas tu imaginación y tu esfuerzo al servicio de la defensa de la vida. Tenemos mucho trabajo por delante. Es necesario resarcir todo el daño que hemos causado en la naturaleza, debido a nuestra insensata manera relacionarnos con el medio ambiente. Sin tu ayuda no lo lograremos. No te lo pienses más y actúa.