Juan Manuel Parrado Sobrino
Juan Manuel Parrado Sobrino

Juan Manuel Parrado Sobrino

Para muchos la felicidad es un fin, un objetivo, aquello que buscamos sin descanso, o que pensamos que dará un verdadero sentido a nuestras vidas. En cambio para otros la felicidad no se persigue sino que es un estado de bienestar que se decide tener o no tener dependiendo de la actitud con la que nos enfrentamos a la vida. Puede que en el fondo la felicidad sea algo tan personal y subjetivo como lo son nuestros pensamientos, o incluso que resida en algo tan simple (y tan difícil) como la libertad de hacer lo que queramos cuando queramos. No, no se asusten, no tengo intención de empalagar a nadie ni de ser un Paulo Coelho de pacotilla, lo que ocurre es que esos pensamientos me han conducido a la duda de si en estos días Vladimir Putin está experimentando ese éxtasis de hacer lo que le da la gana. ¿Por qué nadie en la ONU le ha preguntado si es feliz?

Hacer lo que a uno le da la gana no es que choque con normas éticas, morales o incluso religiosas, choca sobre todo con el sistema de normas legales y alianzas económicas y políticas que hemos construido a base de muchos fracasos para intentar no volver a lo de antes. Porque antes las cosas eran diferentes. Antes las fronteras se dibujaban bajo la ley de la fuerza, antes los sueños imperialistas sólo necesitaban de amplios ejércitos bien entrenados y fortunas que los financiaran, antes daba igual la opinión de quien no gobernara, sólo importaba quién era el más fuerte. Antes, en definitiva, no sabíamos que podíamos vivir de otra manera, porque cuando hablo de un antes y un ahora no hago referencia a los grandes logros del ser humano como la máquina de vapor, la Revolución tecnológica o los viajes del IMSERSO sino a vivir en regímenes democráticos, o todo lo democráticos que hemos conseguido que sean.

Pero no nos llevemos a engaño, vivir en democracia no borra de un plumazo los anhelos más profundos del hombre... perdón, quería decir de las mujeres y los hombres... no, no, mejor, del ser humano. (Qué peligroso resulta no ser inclusivo en los alrededores del 8M). Los sueños de poder siguen estando ahí, latentes. Y a poco que alguien tenga en su mano una parcela de ese poder, y que la limitación de la democracia sea débil y difusa, se intenta volver a ese antes para usar la fuerza de su voluntad para materializarlos. Esto que expongo no es exclusivo de países dictatoriales, lo vemos en todas partes. Fíjense en Donald Trump, sin ir más lejos. ¿Qué hubiera pasado si ese personaje hubiera gobernado un país con un sistema democrático no tan fuerte y asentado como el estadounidense que ha limitado sus pretensiones autoritarias? Pues que hubiéramos tenido un grave problema como ahora lo estamos teniendo con Rusia.

Esta vez la víctima ha sido Ucrania, y además de una forma tan agresiva y belicista que resulta casi anacrónica, porque además del afán imperialista y de la inexistencia de una democracia real en el agresor, existe un potencial y superioridad militar y una amenaza nuclear que sustentan y posibilitan la acción armada. Pero realmente cualquiera puede ser víctima de pretensiones trasnochadas basadas en afanes imperialistas y expansionistas. Nosotros mismos podríamos ser  víctimas, de hecho... lo somos.

Si pensamos en lo que tienen en común Marruecos con Rusia, vemos cómo ambos países son democracias-ficción dirigidas de manera absolutista por figuras personalistas, países que tienen graves carencias en la protección de los derechos humanos, países que atentan contra la libertad de prensa, países con personas encarceladas por motivos políticos, según denuncias recurrentes de ONGs como Amnistía Internacional. La corrupción institucional pública la llevan casi tatuada en sus genes, como muchos de nosotros hemos podido sufrir en nuestras propias carnes cuando hemos viajado al vecino país. Pero lo más amenazante para nuestra propia existencia son las ambiciones de expansión imperialista de sus dirigentes, que además han intentado trasladar a su pueblo desde hace años manipulando la historia en su propio beneficio.

Todos conocemos la tradicional pretensión de Marruecos de seguir una hoja de ruta expansionista para conseguir el Gran Marruecos dentro de un utópico y mayor proyecto del Gran Magreb. Ya en su día, Hassan II disponía en su despacho de un mapa que mostraba todas las posesiones de las que se consideraba heredero histórico y que incluían un vasto territorio con anexos de Argelia, Mauritania, Mali, España y el Sáhara Occidental. Pero esa pretensión es algo que  trasciende el ámbito onírico y que se ha convertido en un objetivo que guía muchas de las acciones que Marruecos lleva a cabo saltándose constantemente la legalidad internacional. La Marcha Verde, la guerra contra el Frente Polisario por la anexión del Sáhara Occidental, las tensiones y constantes escaramuzas fronterizas con Argelia, la ocupación militar del islote del Perejil, la guerra verbal, comercial y migratoria contra las ciudades europeas de Ceuta y Melilla, las agresiones y desprecios diplomáticos y cierres fronterizos injustificados hacia España, entre otros, nos trasladan una idea muy clara de con quién estamos tratando y de sus intenciones y fiabilidad como estado de derecho del siglo XXI.

La despiadada invasión de Ucrania por parte de Rusia nos está dejando una serie de  mensajes que todas las naciones están captando y que van a redefinir el próximo panorama internacional, para bien y para mal. Dejando al margen la evidente emergencia humanitaria y los esfuerzos ímprobos que se están realizando para que se detenga la guerra, existen unos mensajes indirectos que no sólo nos advierten sobre Rusia, también advierten al resto del mundo sobre la unidad de criterio de las naciones democráticas sobre qué puede esperar cualquiera que pretenda imponer su voluntad territorial por la fuerza o por la intimidación. 

Por una parte, Marruecos, que no dispone de la capacidad militar de Rusia, ni de sus reservas de petróleo, ni de su poderío nuclear, está tomando buena nota sobre la respuesta internacional a este conflicto y lo que puede esperar si sigue el camino de la intimidación expansionista unilateral en la que está instalada. Y aunque esa enseñanza nos va a beneficiar, no podemos esperar que desista porque sí de un día para otro. 

Por otra parte, España, con territorios constantemente amenazados por un país tercero, no puede ni debe caer en el error de dejar la defensa de su territorio a la buena voluntad y a la libre interpretación de las normas y tratados internacionales. El reciente debate sobre la protección por parte de la OTAN de todos los territorios de sus estados miembros, incluyendo las ciudades de Ceuta y Melilla no debería darse alegremente por supuesta. El antiguo y a mi juicio erróneo discurso sobre que el patriotismo y la defensa de España son características exclusivas de la derecha política en España debería empezar a cambiar. Este debate es una cuestión de soberanía nacional que nos ha de poner de acuerdo a todos los españoles, y desde luego una obligación local para todos los ceutíes.

El tiempo dirá si España ha aprendido algo o si decidimos seguir instalados en una ilusa y confiada autocomplacencia.