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Carlos Verdejo

José Calvo Sotelo fue asesinado el 13 de julio de 1936 de un tiro en la cabeza, en una España más turbulenta y convulsa incluso que la actual, previo secuestro por la milicia socialista. El balazo se atribuye a Luis Cuenca, escolta del entonces líder del PSOE Indalecio Prieto, el mismo que sacó una pistola dos años antes en el Congreso de los Diputados.

En esos tiempos, hacer política no era más cómodo que hoy. Ser representante público de unos u otros, entrañaba riesgos que se podían pagar con la misma vida. No es exclusivo de la época el caso de Calvo Sotelo, como de tantos diputados de uno u otro bando durante la postrera guerra civil.

Las víctimas mortales de la violencia política se estiman en más de dos mil en apenas cinco años de Segunda República, especialmente trágicos fueron las revueltas anarquistas, las huelgas generales, la revolución de Asturias, la quema de conventos, el asalto a periódicos o la violencia callejera de milicias.

Con tal contexto pasado, se puede afirmar que asumir el ejercicio de la política hoy en día es extremadamente cómodo. Que se lo digan al Vicepresidente Iglesias o al Presidente Sánchez. El primero tiene a la Guardia Civil custodiando su mansión de Galapagar y el segundo se toma la licencia de desenterrar muertos a su antojo a modo de revancha histórica sin inmutarse.

En el Partido Popular queda muy poco o nada de los que se jugaban la vida en el País Vasco, de los que no se sometían a las amenazas, al chantaje y a la extorsión. Políticos de raza, como también los hubo en el PSOE, que por ideales se jugaron la vida hasta perderla luchando contra el terrorismo.

La Ceuta de hoy es tranquila relativamente, pese a la creciente inseguridad derivada de la inmigración ilegal, los MENA o el radicalismo islamista. Juan Vivas y su Gobierno se han doctorado en la estrategia del buenismo, con veinte años de escrupulosa aplicación. El buenismo de esquivar problemas con palabras amables, sonrisas artificiales y suculentas subvenciones. Problemas esquivados sin resolver, que han crecido hasta convertirse en monstruos a los que quienes ocupan las consejerías temen más que nunca enfrentarse.

VOX rompe con esta dinámica especulativa y medrosa, desde un Santiago Abascal que vivió su juventud amenazado por ETA, hasta el último concejal de cualquier municipio. La ideología y el discurso de VOX, son igual para cada rincón de España. Unas ideas que llevan a enfrentarse a lo establecido, a superar miedos con convicción, esa que lleva a ejercer la política a sabiendas de los importantes sacrificios personales que conlleva el cumplimiento de la misión de mejorar la vida de los ciudadanos.

En lo personal, pasear por algunas zonas de la ciudad sin ser increpado se hace harto difícil, mi integridad personal en ocasiones se ve amenazada, recibo presiones orquestadas por chiringuitos subvencionados y buena parte de los medios de comunicación tergiversan el significado de mis palabras, con el impacto que supone. Todo ello, eso sí, es el precio que decidí libre y conscientemente asumir para representar fielmente los principios de VOX.

Hay mucho por hacer. Se acerca el debate de los Presupuestos de la Ciudad, nosotros lo tenemos más fácil que Calvo Sotelo. Los presos del miedo pueden apartarse.