Es a estas alturas incuestionable la relación existente entre el ruido y los efectos que sobre la psique de las personas produce una exposición continuada a estos. Desde luego mucho más de lo que algunos se imaginan, estando en infinidad de casos asociados a la aparición de estados prolongados de ansiedad, depresión, malhumor o agresividad.

Tampoco resulta extraño que muchos de estos estados de ánimo se vean potenciados aún más si cabe por otra sensación añadida, la de la ira contenida derivada de la frustración que produce el no poder o el no saber cómo evitar algo que a priori se entiende que puede o debe ser evitado y que no es solucionado porque ello podría perjudicar los intereses de quienes precisamente deberían de remediarlo. En este caso se podría decir que es cuando empieza a aparecer los efectos derivados del Síndrome de Indefensión Aprendida.

En una ciudad tan pequeña como la nuestra, de apenas 19 km2 y con una densidad de población descomunal al dar cabida a una población de casi cien mil habitantes que para nada se ajusta a lo oficialmente censado, es fundamental que se produzca una observancia estricta de las ordenanzas municipales en la materia, pues de lo contrario se produciría un verdadero caos que afectaría, como ya está ocurriendo en algunas zonas de la ciudad, a la propia convivencia vecinal.

La solución solo es cuestión de civismo y de la necesidad por asumir las normas, el problema radica cuando no cunde el ejemplo y mucho menos por parte de aquellos que, por su responsabilidad política, deberían ser los primeros en cumplir y hacer cumplir esas normas. Cuando eso no ocurre se produce la arbitrariedad, la injusticia y por ende la indefensión. A los hecho me remito, pues la última sentencia dictada en relación con esta cuestión del ruido, ha condenado a la ciudad de Ceuta a pagar la friolera de 10 millones de las antiguas pesetas, vamos sesenta mil euritos, que tendrá que abonar como castigo por el incumplimiento continuado de sus obligaciones, eso sí, sanción que solo ha sido posible gracias a la constancia de un vecino de una de las zonas afectadas que no ha cejado en el empeño durante años, por defender, incluso por la vía judicial, los derechos que en este asunto le asistían, ahora bien, los perjuicios físicos y psicológicos ocasionados por tantos años de tensión acumulada, difícilmente le podrán ser compensados.

Este último episodio es uno de esos casos, pero evidentemente no el único y sino que se lo digan a los vecinos de las viviendas colindantes al Hospital Universitario, quienes soportan la contaminación acústica directa producida por el ruido de los motores generadores del propio Hospital. En este caso concreto al parecer la solución ofrecida, es la de intentar mitigar de alguna forma el estruendo ocasionado por las turbinas, algo que aún de conseguirse sería totalmente inútil, máxime si se tiene en cuenta que en el silencio de la noche hasta los chasquidos de un pequeño grillo, pueden ocasionar verdaderos problemas de ruido y sino que se lo pregunten a quien se le haya colado uno en su casa. En este caso y ante las soluciones aportadas por los responsables políticos, cabría preguntarse cómo será el estado con el que enfrenten la situación estos vecinos ¿ira o quizá un síndrome de indefensión aprendida? el tiempo nos dará la respuesta.