Una ocasión más, y no será la última, dedicaré mi columna de opinión de hoy a reflexionar con motivo de la proliferación de actos vandálicos, protagonizados por jóvenes de las barriadas del Príncipe Felipe y Príncipe Alfonso, en los últimos días. Jóvenes que destruyen y devastan todo cuanto se enfrente a su paso, individuos que se han propuesto acabar con todo lo que existe y especialmente aquello que consideran amenazante o contrario a sus propuestas, aunque en este caso me refiera concretamente a servicios esenciales destinados a todos y todas las residentes de estas barriadas.

Ataques brutales protagonizados presuntamente por menores cada vez más jóvenes, aunque no por ello menos violentos, cuyas acciones no solo atentan contra la integridad física de quienes atienden dichos servicios, sino también contra cada uno y cada una de las vecinas de una comunidad, que se ve seriamente perjudicada a la hora de querer disfrutar de los servicios afectados. No quisiera recordar en estos momentos la fábula de Essopo “El pastor mentiroso” y su célebre frase “¡que viene el lobo!”, pero la situación es sumamente peligrosa.

Ni podemos, ni debemos obviar que la educación de estos menores corresponde, en primer lugar, a los progenitores, y en segundo lugar, a quienes se dedican a la docencia en todos los ámbitos. Aunque en esta ocasión, y por producirse los hechos mencionados bajo la tutela de los progenitores, debo centrar mi reflexión en la disciplina que deberían recibir desde su nacimiento hasta su incorporación plena en la sociedad, un periodo de menor o mayor duración responsabilidad exclusiva de quienes ostentan la tutela efectiva.

Debemos ser plenamente conscientes que para educar eficazmente debemos marcar en primer lugar unas reglas claras en casa con el objetivo concreto de cumplirlas. El secreto es hacerlo de manera coherente y siempre con firmeza. Los padres de estos vándalos, en el caso de ser menores de edad, serían los máximos responsables de unos actos, que podrían terminar con graves consecuencias. Por todo ello, condeno estos hechos y exijo recaiga sobre ellos todo el peso de la Ley. Sin ninguna duda, los vecinos del Príncipe tienen todo el derecho a vivir en paz y armonía.