espana existe vox ene2020
Xavier Ferrer

Vox ha entrado en el Parlamento de Cataluña con 11 diputados. La ubicación del partido en la extrema derecha del espectro ideológico es obvia, y no hay más cera que la que arde. Lo que ya no resulta tan obvio es de qué tipo de extrema derecha estamos hablando. 

Es evidente que el votante tradicional de partidos de ultraderecha se siente bien cobijado bajo el paraguas de Vox. No sólo se siente cómodo, sino también envalentonado, y ya no se ve a sí mismo como un votante residual. Por ello, este perfil de votante, a diferencia de lo que sucedía tiempo atrás, ahora se manifiesta, expresa y tuitea de un modo más desacomplejado. 

El vínculo entre ultraderecha y antisemitismo ha regresado a los medios a raíz del homenaje a la División Azul celebrado en Madrid la semana pasada. Durante el homenaje se pronunciaron frases como esta: "El judío es el culpable. El enemigo siempre va a ser el mismo”

La judeofobia es un clásico. Ha sido un punto de encuentro para la extrema derecha del mundo entero durante décadas. Para la de España también, claro. La conspiración judeo-masónica que colonizaba la mente de Franco constituye un meridiano ejemplo de ello.  

Pero volvamos a Vox. Es cierto que Vox no se desgañita condenando a diestro y siniestro las manifestaciones filo-nazis. Sin embargo, también es cierto que el antisemitismo no forma parte de la retórica del partido, en contraste con lo que ocurría con el fascismo de los años 30 y con algunos partidos residuales de la extrema derecha posfranquista que hasta hace poco vivían en el subsuelo, alejados de las instituciones. 

La puesta al día del universo simbólico y discursivo realizada por la extrema derecha ha consistido, en parte, en una actualización de fobias. Ahora, la xenofobia y la islamofobia (y la transfobia) -pero no la judeofobia- son las que marcan el compás. Y es precisamente gracias a ello que, desde el punto de vista del éxito electoral, Vox va mucho más allá del grupito de irreductibles nostálgicos franquistas. 

Vox ha encontrado la fórmula para que muchas otras personas, allende de los incondicionales, se hagan suyo un proyecto político de ultraderecha. Es probable que el grueso de los votantes de Vox sienta indiferencia, o incluso cierta incomodidad, ante arengas como la lanzada  la semana pasada por la viral joven antisemita en el cementerio de la Almudena. Dicho de otro modo: Vox no amplía su base electoral azuzando la judeofobia. Sí lo hace abrazando con ímpetu otros discursos como el xenófobo y el islamófobo. Y así es como la comunidad ultraderechista se renueva, crece y se diversifica. 

A fin de seducir a nuevos votantes Vox no pulsa el botón del antisemitismo. En términos de mercado, diríamos que -afortunadamente- en la sociedad española ya no hay una demanda remarcable de este tipo de discursos. Y en la medida en que no existe dicha demanda, ningún partido que pretenda agrandar su base electoral los incorpora en su oferta. En términos de estrategia electoral el antisemitismo no tiene recorrido. Y esto es una gran noticia. 

Lo que sí que tiene recorrido, y mucho recorrido, es la islamofobia. Y cabe preguntarse por qué. Para responder, conviene tener en cuenta un rasgo distintivo del electorado español. A diferencia de lo que sucede en otros lugares de Europa, el electorado español, en buena medida, ha sido educado y/o socializado en los parámetros de lo que podríamos llamar una cierta y preocupante islamofobia banal. Es decir, de una islamofobia latente, de base, de serie y casi dada por supuesto, que habita de manera silenciosa en el subconsciente de muchos votantes. Una islamofobia de baja intensidad, y que es consustancial a la forma excluyente de entender la identidad española (y catalana) por parte de muchos votantes. 

Vox ha sabido explotar este imaginario de islamofobia banal, construido a base de años de retórica oficial nacional-católica, de celebración de los relatos de la "reconquista" y de invisibilización y arrinconamiento del legado islámico en la Península Ibérica. Vox ha sabido desenterrar este imaginario caduco, pero aún latente. Y lo ha conseguido reflotar porque lo ha sabido actualizar. No ha renunciado a la glorificación de un patrimonio simbólico del pasado (Don Pelayo, El Cid, la Toma de Granada, Navas de Tolosa), que apuntala un relato excluyente según el cual la nación española -y su identidad- nacen de la lucha medieval contra el islam. Al contrario, apoyándose en el repliegue identitario, el proyecto político de Vox ha reavivado este relato. Y lo ha hecho pasándolo por el tamiz renovador de la lógica del choque de civilizaciones, de la cantinela demo-distópica de la invasión migratoria de Europa y de la equiparación entre islam y terrorismo, que tan bien ha cuajado a escala global en el contexto posterior al 11 de septiembre de 2001

Para hacer frente a los discursos islamófobos es necesario conocer quién los propaga y cómo se propagan. Pero más importante, si cabe, es analizar el substrato cultural que facilita que estos discursos -el nuevo petróleo de la ultraderecha- conecten con tanta facilidad y con tanta gente. Para ello hay que echar la vista atrás, y observar el papel que al-Ándalus ha jugado históricamente en la configuración de los imaginarios identitarios y de los relatos y mitos excluyentes sobre la construcción nacional en España. Un libro muy recomendable que nos acompaña en esta tarea es "Hispania, al-Ándalus y España. Identidad y nacionalismo en la historia peninsular", de Maribel Fierro y Alejandro García Sanjuán, publicado el año pasado por Marcial Pons.