Juan Manuel Verdugo Muñoz

Hay fechas, años, efemérides que quedan grabadas en la conciencia de generaciones. Se caracterizan por resultar disruptivas, dolorosas y raramente gratificantes. Muchos podemos recordar el 92 como año de fastos en nuestro país o el 11 de julio de 2010 porque España por vez primera ganó el mundial, pero sin embargo para una gran mayoría de ciudadanos dichas fechas van quedando diluidas con el paso del tiempo. Sin embargo, aquellas que resultan disruptivas y dolorosas y hasta estresantes quedan perfectamente grabadas en nuestro adn a nivel colectivo. Pasó con el 36, el 23-F, el 11-S, el 11-M. No otra cosa ocurrirá con el año 2020. Nadie había imaginado que en la sociedad occidental en la que vivimos, provistos de una seguridad cotidiana, donde las guerras y las epidemias devastadoras se desarrollan en lugares distantes y se observan desde la distancia que proporciona el televisor, el periódico o la tablet, podia someterse en pleno siglo XXI a una situación que no controlamos. Lo impactante de la situación es que además respecto a esas fechas que quedan grabadas en nuestra memoria, la sociedad estaba preparada para el acontecimiento. Antes del levantamiento del 36 la situación de enfrentamiento civil en la sociedad española era evidente y los ajustes entre falangistas, comunistas y demás istas se producían a diario. Igual cosa se puede decir del 23 F donde determinadas voces del Ejército y la ultraderecha clamaban desde el otoño de 1980 por un golpe de timón. Qué decir de los atentados yihadistas.

Sin embargo esta pandemia que ha asolado nuestra forma de vida ha llegado de forma imprevista, distorsionando incluso nuestra manera de entender el mundo que nos rodea y acelerando procesos económicos, sociales y laborales que ya estaban en marcha. Uno de ellos y el más importante sin duda es el derivado de la implantanción progresiva de las nuevas tecnologías en el marco de las relaciones sociales y económicas. Nunca como ahora se ha podido advertir la brecha tecnológica que no deja de ser expresión inequívoca de la brecha de desigualdad que tras la dura crisis de 2008 se ha instalado en un corpus social cada día más desvertebrado.

Ha llegado el momento por tanto de combatir con convicción esa desigualdad desde planteamientos progresistas que promuevan una eficaz redistribución de la riqueza a fin de promover una efectiva igualdad de oportunidades, revirtiendo el progresivo desmantelamiento del ascensor social que la socialdemocracia trajo a nuestra sociedad. Libertad económica sí. Libertad para prosperar también, pero nunca a costa de abandonar a cada vez mayores capas de población en esa suerte de individualismo fridmanita que ha fagocitado el pacto social que nació tras la finalización de la Segunda Guerra mundial, en una progresiva desregulación de nuestras estructuras de poder político y económico y que ha servido de caldo de cultivo para que prosperen discursos populistas que en una especie de falsaria impostura aparentan luchar contra el sistema, cuando en el fondo no se trata más que de dar una vuelta de tuerca adicional, manipulando y aprovechándose de la propia desvertebración social.

No todo es definitivo en cualquier caso y como argumentaba Heráclito de Éfeso la realidad es devenir por cuanto todo pasa y nada permanence. 2020 pasará y nos abordará 2021. Ojalá este año que tan duro ha sido en términos de salud y economía, sirva de punto de inflexión para dar un salto adelante que recupere ese discurso politico de progreso, solidario, nítidamente socialdemócrata que pone en el centro del mismo a la ciudadanía y que promueve su bienestar, donde el esfuerzo personal y el talento son ejes básicos al margen de condicionantes económicos previos, pero que además permita no obviar algo tan importante como el inherente derecho que tiene todo ser humano a tener una vida digna. No se trata de una aspiración sin trascendencia. En nuestro caso, se trata de un mandato constitucional que proclama la dignidad de la persona como fundamento de nuestro orden politico y la paz social. Hay que volver a llenar de contenido esa dignidad con una escuela pública fuerte y con una seguridad social robusta que siente las bases de una auténtica libertad de conciencia, de pensamiento y por supuesto de prosperar económicamente como ciudadanos y consecuentemente como sociedad.