Recientemente conocimos un estudio proveniente del Instituto Tecnológico de Masachusetts(MIT) difundido por la revista Sciense que analizaba la difusión de noticias reales y falsas a través de Twitter. Los resultados de dicho estudio vienen a corroborar que las noticias falsas tienden a propagarse de manera mucho más efectiva que cualquier noticia real y sobre todo viene a refrendar que aunque los bots pueden tener su influencia a la hora de difundir un mensaje a través de la red social, la velocidad de transmisión y proliferación del mensaje falso procede fundamentalmente de la voluntad del ser humano dando difusión al mensaje.

Lo cierto es que desde que el hombre es hombre la transmisión de información como instrumento para manipular a otros, ya sea una masa colectiva o terceros concretos, para obtener ventajas de cualquier naturaleza, ha sido una constante en la ejecutoria de gobiernos, partidos políticos, grupos de presión o lobbies de poder. Lo que resulta novedoso es que dicho instrumento se haya democratizado de tal manera que cualquiera pueda tener acceso y capacidad para transmitir y difundir mensajes de manera eficaz, influyendo en la toma de decisiones colectivas en base a noticias o mensajes profundamente falsos, carentes de fuente y por tanto fundamentalmente irresponsables en cuanto a su difusión.

El ser humano en esta sociedad hiperconectada ha dejado de profundizar en las raíces del conocimiento, abandona paulatinamente la lectura sosegada y es a veces incapaz de leer un artículo periodístico que exija una determinada dosis de concentración. De hecho en algunas cabeceras periodísticas ya se reseña el tiempo de duración de la lectura aproximada del artículo advirtiendo al lector de la ligereza o pesadez del tocho literario a fin de que se lo piense antes de acometer la misión.

Estas dos cuestiones, democratización de la información a través de redes sociales y una hiperconectividad carente en muchos casos de reflexión, son los dos ingredientes fundamentales de la desinformación latente en una sociedad cada vez más fragmentada e individualista.

La cuestión además no entiende de ideologías en este caso, pues tanto desde la izquierda como desde la derecha se hace uso de este tipo de instrumentación de la opinión pública, con lo que a la larga el saldo dependerá de las dotes persuasivas del mensaje y fundamentalmente de la inversión económica en el mismo por lo que en este punto quién más gaste más será capaz de trasladar convicciones y argumentos.

Si consideramos que una red social como facebook tiene hoy más de dos mil millones de usuarios podemos hacernos una idea de la importancia de la transmisión de la información a través de un sistema que puede multiplicar el mensaje reduciendo el coste de transmisión hasta en un mil por ciento si consideramos el coste de la publicidad tradicional.

En 2008 cuando Barack Obama alcanza la Presidencia de Estados Unidos la red no tenía más de 100 millones de usuarios. En las elecciones de 2016 cuando Trump alcanza la Casa Blanca se había multiplicado por 15. De sobra se sabe la influencia que tuvieron las noticias falsas en unas elecciones como las celebradas en noviembre de 2016. Da igual que fuere el Big Data o fueren los rusos. Si había gente dispuesta a creerse que el Papa Francisco rezaba por los votantes demócratas para que cambiaran el voto a favor de Donald Trump o que Hillary había pagado 400 millones de dólares al Estado Islámico para qué pagar por una campaña seria si se podía ganar aprovechando la debilidad intelectual de una gran parte de la masa electoral.

En 2013, se funda en Londres Cambridge Analytica como 'spin off 'de Strategic Communication Laboratories,  y ello con un objetivo fundamental consistente en usar las técnicas de ciencia de datos para la comunicación y el análisis electoral.

En el vértice de su mecenazgo está la familia Mercer, accionista de la empresa y claramente inclinada hacia las tesis republicanas.

Hoy sabemos de la fuga masiva de datos de cincuenta millones de usuarios de Facebook que presuntamente la consultora obtuvo y utilizó para influir en la campaña norteamericana de Donald Trump y probablemente en el referéndum en torno al Brexit.

La verdad nunca fue tan objeto de codicia como hoy. Son muchas las verdades y además se pueden vender y comprar porque la reflexión está en vías de abandonar al ser humano y únicamente aquellos mensajes que refuerzan las convicciones y valores del sujeto individual sacian esa necesidad de autorrealización en una sociedad cada vez más fragmentada.