No son pocos los expertos en la lucha contra el extremismo y la radicalización que han señalado como medida urgente oficializar la enseñanza del islam. Las razones para ello son abundantes. Me centraré en tres de ellas.

En primer lugar, a través del control de contenidos que llevaría a cabo la Administración Pública, lograríamos expulsar versiones deformadas del islamismo. En segundo lugar, daríamos respuesta a la demanda de identidad cultural por parte de una juventud que, por diversas cuestiones (sociales y económicas fundamentalmente) se sienta “extraña” en su propia casa, situación idónea para que las redes terroristas, eficaces en el mundo virtual a la hora de captar adeptos, hagan su particular “agosto”. Por último, estaríamos contribuyendo a la deseada emancipación del Islam europeo y democrático, libre de injerencias de estados musulmanes autoritarios que utilizan la religión como instrumento de dominio, ayudando así a que esta confesión siga siendo percibida como foránea por el conjunto de la sociedad, aun cuando en nuestro país se estima que el número de musulmanes supera ya los dos millones.

Pretender desechar el debate acudiendo a argumentos supuestamente apoyados en el laicismo y la separación entre religión y estado es hacer trampas. Quienes defendemos la inclusión de la religión islámica podemos, al mismo tiempo, estar a favor de que se deje de impartir religión en los colegios públicos.

Caballas, formación progresista y regionalista de Ceuta, ha sido la que políticamente ha abierto el debate al proponer al Pleno de la Asamblea la inclusión de la religión islámica en los institutos, como ya viene sucediendo en el tramo de Educación infantil y primaria. Los argumentos esgrimidos, además de los ya expuestos anteriormente, descansan sobre otras dos cuestiones de importancia, una de carácter ético y otra de carácter jurídico: 1) la necesaria eliminación de una discriminación que sufre el alumnado musulmán ceutí frente al católico, colectivo este que sí puede recibir enseñanzas de su religión en Secundaria. 2) El cumplimiento del marco legal que da amparo a la posibilidad de que los niños y niñas musulmán reciban clases de religión.

Pretender desechar el debate acudiendo a argumentos supuestamente apoyados en el laicismo y la separación entre religión y estado es hacer trampas. Quienes defendemos la inclusión de la religión islámica podemos, al mismo tiempo, estar a favor de que se deje de impartir religión en los colegios públicos. Pero mientras se siga impartiendo, pensamos que lo justo es que, en una ciudad como la nuestra, donde el colectivo de confesión musulmana es aproximadamente el 50% de la población, el alumnado musulmán disfrute de los mismos derechos que el católico. No es un debate entre laicismo sí o laicismo no, sino entre discriminación sí o discriminación no.

Con este debate, o mejor dicho, con las supuestas sentencias irrebatibles que buscan que no haya debate, están aflorando los prejuicios que han sido asimilados en un largo proceso de socialización. Cuando se pronuncia la palabra “islam” ya no hace falta argumentar. La palabra “laicismo” es utilizada como un muro contra cualquier intento de razonamiento o análisis basado en la situación y el contexto concretos.

Recordemos que la religión católica ha formado parte del currículo escolar sin excepción durante toda la democracia, con gobiernos tanto de derechas como de izquierdas. El PSOE, algunas de cuyas principales caras visibles en la ciudad ya se han manifestado en contra de la iniciativa de Caballas en redes, ha tenido innumerables oportunidades de terminar con esta situación, pero nunca lo ha hecho. Llama la atención que la carta del laicismo aparezca siempre contra los mismos. Por desgracia, esta actitud de “tío Tom” no es nueva. La “izquierda” convencional se ha deslizado en muchas ocasiones por los senderos marcados por el discurso dominante, defendiendo, con una virulencia a veces mayor que la de la propia derecha, el statu quo.

Con este debate, o mejor dicho, con las supuestas sentencias irrebatibles que buscan que no haya debate, están aflorando los prejuicios que han sido asimilados en un largo proceso de socialización. Cuando se pronuncia la palabra “islam” ya no hace falta argumentar. La palabra “laicismo” es utilizada como un muro contra cualquier intento de razonamiento o análisis basado en la situación y el contexto concretos.

Mientras tanto, cientos de jóvenes desorientados, víctimas de la humillación y la discriminación público/institucional, seguirán siendo presa fácil del terrorismo internacional. Da igual.  Son los hijos y las hijas de la subalternidad, de la otredad. A esto debemos sumarle la alegría de la extrema derecha, creciente en todo el continente, encantada con que el colectivo musulmán se sienta cada vez menos parte de la “civilización occidental”. La socialdemocracia decadente como tonta útil del radicalismo islamista y el fascismo europeo.