- La historiografía franquista, como parte de su aparato de propaganda, se dedicó a acuñar una serie de mitos, algunos de ellos apócrifos, con los que pretendía glorificar las supuestas hazañas de los sublevados y elevar la moral de los rebeldes.

Lugares como el Alcázar de Toledo, el Cuartel de la Montaña, el Santuario de la Cabeza o el Cuartel del Simancas formaron parte de la épica del régimen durante la larga noche de piedra del franquismo.

El cuartel del Simancas era la sede del Regimiento de Infantería de Montaña “Simancas”, de guarnición en Gijón. Sus jefes y oficiales, junto con las tropas bajo su mando, se sumaron al golpe militar y se hicieron fuertes en el acuartelamiento. Durante un mes sufrieron el asedio de las milicias de obreros asturianos, conscientes de la importancia estratégica que tenía para la República mantener el control del puerto de Gijón.

El crucero Almirante Cervera y el acorazado España, parte de la flota sublevada, acudieron en ayuda de los sitiados para bombardear las posiciones enemigas y aliviar el cerco. El auxilio fue en vano. El 21 de agosto, los milicianos tomaron el cuartel al asalto. Cuentan que en mitad de los combates, ya en el interior del cuartel, los defensores mandaron un radio a la flota: “Disparad sobre nosotros, el enemigo está dentro

Traigo a colación este episodio porque la decisión de la Ejecutiva Federal del PSOE, nombrando a Rafael Simancas presidente de la Comisión Gestora del Partido Socialista de Madrid, tras el cese fulminante de Tomás Gómez y toda su ejecutiva, me ha recordado el llamamiento desesperado de los defensores del cuartel gijonés: “Disparad sobre nosotros, el enemigo está dentro”.

Hay que recordar que Tomás Gómez fue elegido democráticamente secretario general del PSM en un congreso, máximo órgano de dirección del partido. Fue elegido también, hace pocos meses, candidato a la presidencia de la Asamblea de Madrid en un proceso abierto de primarias en el que fue el único candidato presentado y, en consecuencia, proclamado sin necesidad de votación.

Las explicaciones dadas para justificar la destitución de Gómez han puesto de manifiesto las contradicciones y la descoordinación existente en la dirección federal del PSOE. Nada más anunciarse el cese, el secretario de organización, César Luena, declaraba que el motivo principal del cese era el deterioro de imagen que para el partido había ocasionado la investigación que está llevando a cabo la fiscalía por el sobrecoste pagado en las obras del tranvía de Parla, municipio próximo a Madrid del que Gómez fue alcalde entre 1999 y 2008.

Al día siguiente, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ofrecía una nueva versión: Tomás Gómez había sido cesado simplemente porque las encuestas que manejaban no le eran favorables. Era un candidato perdedor que había que sustituir inmediatamente por el bien del partido. Era necesaria esa medida para poner fin a 20 años de gobierno de la derecha en la Comunidad de Madrid.

Cualquiera de estas dos versiones parece poco creíble si se comparan con la forma en que se ha actuado en situaciones análogas o en otros territorios del Estado. Si se acepta la tesis de Luena, que se fundamenta en un arrebato de honradez de la dirección del partido para desvincularse de cualquier trama de corrupción, no se comprende cómo no se actúa con la misma contundencia en el caso de los ERE de Andalucía, entre los que se encuentran, como imputados, los padres fundadores Chaves, Griñán y el inefable Zarrías.

Por el contrario, si se admite la explicación de Sánchez, tampoco se entiende que no se actúe de la misma forma en todos aquellos territorios en los que el candidato o candidata del partido no tiene expectativas ciertas de una victoria electoral. Sin ir más lejos, en el caso de Ceuta, ni una sola encuesta da alguna posibilidad a Carracao y no por ello se le ha destituido. Puede ser que a Sánchez y a su ejecutiva les importe mucho menos poner fin a los 20 años del gobierno de la derecha en Ceuta que hacerlo en Madrid. Todo esto suponiendo que el del PSOE fuera un gobierno de izquierdas.

Para pilotar la crisis generada en el PSM por la destitución de toda su ejecutiva, el PSOE ha elegido a Rafael Simancas, el del tamayazo. El que no fue capaz de controlar que dos de sus diputados se ausentaran en la sesión de su investidura, propiciando con ello que Esperanza Aguirre obtuviera la presidencia de Madrid, no parece la persona más idónea para reconstruir la dirección del partido. Lo primero que ha anunciado es que no habrá primarias, el buque insignia del PSOE para hacer creer que se estaba produciendo una regeneración democrática del partido.

Las verdaderas causas del cese de Gómez pueden estar en la necesidad que tiene Pedro Sánchez para reafirmarse como líder del partido. La percepción de que el liderazgo de Susana Díaz crece hasta eclipsar la figura del nuevo secretario general y la posibilidad de que, ante un hipotético proceso de primarias para elegir candidato a la presidencia del gobierno en las próximas elecciones generales, pudiera disputarle a Pedro Sánchez la cabecera de cartel, bien la propia Susana o algún otro candidato apadrinado por ella, ha llevado a Sánchez a dar un golpe de mano para aparecer como el hombre fuerte del partido capaz de expulsar a cualquiera por muy seguro que se sintiera en la nomenclatura del partido o por mucho que hubiera contribuido a la elección del nuevo secretario general.

En definitiva, lo de Sànchez ha sido el arranque de un manso, cuyas cornadas son más peligrosas que las de un toro bravo y encastado. Una bravata para presentarse como un líder autoritario cuando su imagen estaba más dañada que nunca, sobre todo tras la foto con Rajoy para firmar un pacto innecesario del que inmediatamente se abjura.

Todo esto no es más que otro acto de la tragedia que supone la demolición interna de un partido que, una vez, fue un referente para las personas que se sentían de izquierdas en este país y que hoy en día se enfrenta al peor horizonte de su historia centenaria.

En su particular cuartel de Simancas, el PSOE está pidiendo a sus partidarios que disparen sobre él. El enemigo está dentro.