Aunque parezca obvio se hace necesario recordar a más de uno que no estamos en marzo de 2020. Tampoco en octubre de 2020. Es enero de 2021. Sabemos sobre el virus una ingente cantidad de cosas más que entonces. El conocimiento científico ha avanzado a tal velocidad estudiando el coronavirus que hasta ya se están poniendo vacunas con un alto grado de eficacia. Entonces ¿Por qué la receta de los expertos sigue siendo la misma que hace un año, confinar? ¿No hay otra solución que no sea recortar la libertad de las personas y terminar de ahogar un tejido económico tocado como nunca antes?

¿Se está realmente controlando que los viajes a la península se hacen con justificación o ya se ha abierto la mano para que salga y entre todo aquel que quiera o tenga un conocido que le facilite el pase? ¿Ningún experto o autoridad competente sabía que tras la vuelta de las vacaciones de Navidad había otra vuelta al cole?¿Por qué se esperó a la víspera de la vuelta a clase para cancelarla y preparar de urgencia e improvisadamente los test a los docentes?

Y hay que recordarlo una segunda vez: no estamos en marzo de 2019. Y no sólo en lo que a conocimiento se refiere. Las economías familiares y empresariales están al límite, pero no sólo eso. Quizás más importante y grave aún, la psicología y la capacidad de adaptación de la sociedad está igualmente al límite. Y eso implica que si alguna autoridad o experto se va a atrever a proponer la misma receta que cuando apenas se sabía nada sobre el virus para resolver la situación va a tener que esforzarse en explicar sus razones para que le hagamos caso.

En lo peor de la segunda ola, Ceuta tuvo 1.000 casos por 100.000 habitantes, ahora pasamos de 500 (la mitad más o menos). Entonces los expertos propusieron confinar. No se hizo y a pesar de ello, ola bajó rápidamente. ¿Han sacado nuestros ilustres expertos y dirigentes alguna conclusión al respecto? No. Al menos no la han trasladado públicamente. ¿No sería mejor seguir la misma receta que entonces o intensificar lo que funcionó? Para los expertos es mejor confinar.

Y es que los expertos y los no tan expertos, pero igualmente responsables de conducir esta situación, tendrían que explicar unas cuántas cosas antes de alzar la voz para decretar un nuevo hachazo a nuestras libertades y a la vida. Si pretenden que nos fiemos de ellos y les sigamos en su estrategia de confinarnos, de cerrar todo lo que no sea imprescindible a las 18 horas, o de recortar alguna otra libertad y economía. Por que a mí, a bote pronto, se me ocurren unas cuántas situaciones y gestiones en las que más que expertos han guiado la nave como pardillos y, lejos de asumir su responsabilidad o tan siquiera reconocer el error, siguen presentándose inmaculados ante nuestros ojos para decirnos que nos confinemos. Vamos a hacer un repaso rápido a algunas cuestiones.

En la segunda ola en lo peor de la pandemia en la ciudad se llegó a una incidencia acumulada de más de 1.000 casos por cada 100.000 habitantes. Ahora pasa de 500, más o menos la mitad. En aquel entonces ¿cuál fue la respuesta de los expertos? Confinar la ciudad. No se hizo porque el Ministerio lo denegó. Tampoco se adelantó el toque de queda y el cierre de negocios no esenciales a media tarde como pedían. La ola perdió altura en cuestión de semanas y se llegó a Navidades con una situación más o menos aceptable y las camas UCI vacías. ¿Han sacado nuestros ilustres expertos y dirigentes alguna conclusión al respecto? No. Al menos no la han trasladado públicamente. ¿No sería mejor seguir la misma receta que entonces o intensificar lo que funcionó? Para los expertos es mejor confinar.

Sólo este argumento unido al cansancio social sobre el recorte de libertades debiera ser suficiente para que se lo repensaran dos veces. Pero es que hay más.

El 19 de enero de los 68 brotes que había localizados ninguno implicaba a ningún local de hostelería. 47 de ellos tenían su origen en reuniones familiares. ¿Entonces por qué ese empeño en cerrar la hostelería?

Uno de los empeños (no hay otra palabra que lo nombre mejor) de los expertos es restringir la actividad en los bares, restaurantes y demás locales de hostelería. Que consten en acta, apenas hay 5 brotes desde el inicio de la pandemia entre originados o acelerados por la actividad de estos locales. Se airearon al menos tres de ellos, los otros dos, con afectación en el hotel público, no. Curioso. El 19 de enero de los 68 brotes que había localizados ninguno implicaba a ningún local de hostelería. 47 de ellos tenían su origen en reuniones familiares. ¿Entonces por qué ese empeño en cerrar la hostelería?

Cerrar los bares antes sólo servirá para incrementar esas reuniones, en donde a puerta cerrada, en el confort y la relajación de una casa se relajan las medidas, se comparten cubiertos, cigarros, copas, cachimbas y si se tercia, fluidos; no se respetan medidas de seguridad, ni se ventilan los espacios ni se escatiman afectos, porque una vez derribada la primera precaución van detrás todas las demás. En esto, al parecer, los expertos no han reflexionado.

Es más, la propuesta tiene bastante maldad y poca, muy poca calle. Si los rastreos no avalan que la hostelería sea un foco de propagación de la pandemia debiera bastar con eso para dejarla como está, pero lejos de eso, se pretende adelantar su cierre. Cualquiera que haya pisado un poco la calle en estos meses de restricciones sabe, ha vivido o ha visto, que a falta de mesas en la calle, los ceutíes siguen haciendo vida social en sus casas, con sus amigos, con sus vecinos o con sus familiares. Tanto así, que precisamente el mayor núcleo de expansión del virus en la ciudad está, precisamente, en las reuniones familiares y de amigos.  Es decir, cerrar los bares antes sólo servirá para incrementar esas reuniones, en donde a puerta cerrada, en el confort y la relajación de la casa de uno o de un amigo o de un familiar se relajan las medidas, se comparten cubiertos, cigarros, copas, cachimbas y si se tercia fluidos; no se respetan medidas de seguridad, ni se ventilan los espacios ni se escatiman afectos, porque una vez derribada la primera precaución van detrás todas las demás. En esto, al parecer, los expertos no han reflexionado.

Tanto así que fueron los propios hosteleros los que tuvieron que insistirle a las autoridades en frenar el botellón como foco propenso a propagar el virus, pidiendo -¡insólito!- que aplicaran la ley y no se permitiera al comercio de oportunidad vender alcohol después de las 22 horas. Era verano. Ninguna autoridad o experto cayó en la cuenta.

¿Se ha puesto algún tipo de aforo limitado a los autobuses?¿Se plantean nuestros expertos o autoridades forzar a conductores y usuarios del transporte público el uso de mascarillas de tipo FPP2 como ya están haciendo algunos países como Alemania? ¿Alguien controla los aforos de los comercios? ¿Qué se cumplen las normas en las peluquerías? ¿En la Administración? ¿O son sólo los ciudadanos los que se han relajado?

Sin salir de la hostelería. No parece razonable pedirle a un sector que se tiró meses sin vender una cola que ahora se vuelva a reducir la jornada sin ofrecerle una compensación o ayudas, sin darle un motivo (no lo hay) para aplicarle la medida, y sin haber siquiera manifestado algún tipo de queja al gremio por incumplir las medidas impuestas. Y eso sería lo primero, lo segundo sería inspeccionarle para que quien no cumpla acabe por cumplir, y si insiste en no cumplir, sólo entonces, tramitarle sanción. Y es que a todos se nos ha venido a la cabeza mientras leíamos estas líneas, algún o algunos locales que han aprovechado para en lugar de esparcir sus mesas y reducir su aforo en terraza, incrementarlo, apretando más las mesas. Y, con todo, son casos excepcionales, porque la mayoría del gremio cumple. Pero me quejo yo. Hasta la fecha no lo ha hecho ningún experto o autoridad. Y dicho esto, ahí va el primer aviso: Somos idiotas por sentarnos en terrazas en donde las mesas están apelotonadas.

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¿Se ha puesto algún tipo de aforo limitado a los autobuses?¿Se plantean nuestros expertos o autoridades forzar a conductores y usuarios del transporte público el uso de mascarillas de tipo FPP2 como ya están haciendo algunos países como Alemania? ¿Alguien controla los aforos de los comercios? ¿Qué se cumplen las normas en las peluquerías? ¿En la Administración? ¿O son sólo los ciudadanos los que se han relajado?

¿Qué pasó con los cribados durante la segunda ola? “El edifico está en llamas”, llegó a expresar el presidente Vivas al resto de portavoces de la Asamblea. ¿Alguien, algún experto o autoridad, ha tenido la dignidad o la decencia de explicarle a la opinión pública qué falló, por qué se perdió el control de los contagios, la trazabilidad del virus? ¿No sería recomendable hacerlo antes de volver a pedirle a la gente que se arruine o que se deprima o ambas?

¿Cómo es posible que un mes después no hayamos sido capaces de poner 2.000 vacunas? ¿Por qué vamos a la cola del país en el porcentaje de dosis inyectadas sobre las recibidas y a la cabeza en colar a los cercanos a la autoridad?

¿Se está realmente controlando que los viajes a la península se hacen con justificación o ya se ha abierto la mano para que salga y entre todo aquel que quiera o tenga un conocido que le facilite el pase?

El inicio del curso en septiembre fue problemático. La planificación se hizo a contrarreloj. Finalmente salió más o menos bien. ¿Pero ningún experto o autoridad competente sabía que tras la vuelta de las vacaciones de Navidad había otra vuelta al cole? ¿Por qué se esperó a la víspera de la vuelta a clase para cancelarla y preparar de urgencia e improvisadamente los test a los docentes? Tan expertos, tan autoridad, no serán. Tan encima de la pandemia no estarán. Por que me consta que algunos de esos docentes ya venían con el test negativo debajo del brazo. Ellos habían caído, en el puesto de mando contra la pandemia, no.

¿Cómo es posible que un mes después no hayamos sido capaces de poner 2.000 vacunas? ¿Por qué vamos a la cola del país en el porcentaje de dosis inyectadas sobre las recibidas y a la cabeza en colar a los cercanos a la autoridad?

somos idiotas, yo el primero. Somos idiotas por no aplicarnos a cumplir con las medidas de prevención individual, que son bien sencillas (mascarilla, lavado de manos frecuente, distancia), por no cuidar a nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo como se merecen y por haber contribuido con nuestra imprudencia a propagar el virus

¿Por qué en plenas Navidades, mientras se estaban multiplicando los contagios de forma invisible se dejaron de hacer test? Porque durante esas semanas críticas se redujo el número de test que se realizaban en la ciudad, como en el resto del país, en casi la mitad de las semanas precedentes y de las posteriores.

Todo se achaca ahora al ‘salvemos la Navidad’, a la relajación de la ciudadanía que optó, en su libertad, y en nuestra idiocia colectiva, en disfrutar las fiestas más o menos de forma normal. Pero ¿nadie pensó que si pones una bola luminosa de 10 metros de altura en la plaza central del pueblo, la vecindad va a tener una excusa más para salir de casa a pasear y encontrarse y contagiarse?

Y aún así, a pesar de todo esto, sin rubor alguno, se alzan para decirnos lo que hay que hacer, amonestarnos como los idiotas que somos, y les tenemos que creer. Y quizá lo más triste de esto es que somos idiotas, yo el primero. Somos idiotas por no aplicarnos a cumplir con las medidas de prevención individual, que son bien sencillas (mascarilla, lavado de manos frecuente, distancia), por no cuidar a nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo como se merecen y por haber contribuido con nuestra imprudencia a propagar el virus.

Sugerencia, insístanle a la gente, lancen a la calle y los autobuses a unos cuántos agentes a amonestar a quien no lleva mascarilla. Y salgan a dar explicaciones, a hablar de como la imprudencia ha conllevado la muerte de alguno de los 70 fallecidos con todos los detalles, los pequeños detalles en los que habita el diablo y que conllevan, en este caso, la pérdida y la muerte de seres queridos; como la Navidad alegre ha devenido en trágico enero, por ejemplo. Sean mucho más transparentes de lo que han venido siendo, dejen de tratarnos como idiotas para que no tengamos justificación para comportarnos como idiotas y entonces, sólo entonces, a lo mejor podremos recobrar la fe en que si nos tienen que recortar la libertad está justificado. A día de hoy no lo parece en absoluto.