En el año 1868 la escritora americana Louisa May Alcott publicó su novela Mujercitas (Little Women, en inglés), que relataba la vida de cuatro jóvenes hermanas con la Guerra de Secesión americana como telón de fondo.

La novela, que tuvo un gran éxito en su época y que en nuestros días se considera un clásico, atribuía a la mujer un papel subalterno en la vida social y secundario con respecto al hombre. Hasta entonces la mujer se ocupaba de la casa y de la educación de los hijos. Su proyección social, como mucho, consistía en la participación en obras benéficas o de caridad, casi siempre bajo el manto protector de alguna organización religiosa dirigida, como no, por hombres.

El objetivo principal de la mujer de aquella época consistía en encontrar a un hombre con el que casarse, fundar una familia y tener hijos. Pero en esta novela se vislumbran ya algunos cambios en el papel social de la mujer que se concretarán en el siguiente siglo.

La mayor revolución social del siglo XX, en mi humilde opinión, ha sido la incorporación de la mujer a una sociedad hasta entonces dominada en exclusiva por el hombre. Cuando se analice este siglo con suficiente perspectiva, se verá que la emancipación social de la mujer ha sido más importante que la revolución rusa o la caída del fascismo.

La lucha de la mujer por la conquista de sus derechos civiles y la igualdad con el hombre no ha sido fácil. Uno de los factores que más contribuyó a acortar la distancia existente entre ambos sexos fue el papel de la mujer durante las dos guerras mundiales. Cuando los hombres jóvenes marcharon a la guerra, las mujeres ocuparon sus puestos en los campos y en las fábricas. Se convirtieron en la fuerza productiva de sus países en tiempos de guerra, sin abandonar tampoco sus tareas en el hogar como madres.

Este proceso se convirtió en algo irreversible. Ya no había marcha atrás. A partir de 1918, poco a poco, las distintas naciones se ven obligadas a conceder el derecho al voto a las mujeres. En España no se consigue hasta 1931, con la República. Se pierde durante el franquismo y no se recupera hasta 1977.

Hasta hace unos años, una mujer en España no podía trabajar si no era soltera o viuda. Si se casaba debía pedir el despido voluntario y solo podía volver a trabajar, pasados al menos dos años, con la autorización de su marido. Los salarios, fijados en las ordenanzas laborales dictadas por el gobierno, eran menores para las mujeres que para los hombres. Los puestos de jefatura y dirección eran prácticamente inalcanzables.

Lo que hoy en día nos parece lo más normal y corriente ha sido el resultado de muchos años de lucha, de sacrificio y de obstinada determinación de muchas mujeres que han sido vanguardia para alcanzar la plenitud de sus derechos.

Aunque se ha avanzado mucho en el camino de la igualdad, no todo está conseguido. Hay que seguir perseverando. Mantener alta la guardia y despierta la conciencia para no retroceder ni un milímetro en las conquistas alcanzadas. Luchar por la libertad de otras compañeras en países en las que siguen siendo ciudadanos de segunda categoría. Romper las barreras culturales que le asignan un papel de subordinación con respecto al hombre. Pero esto no se consigue con ministerios ni decretos. Solo será posible con un cambio de mentalidad social que reconozca el papel primordial que desempeña la mujer en una sociedad moderna y democrática. Igual que un hombre ante la Ley. Ni más ni menos.

Siguen quedando en nuestra sociedad núcleos de resistencia, en personas e instituciones, a aceptar esta igualdad de derechos y su expresión más repugnante es la violencia de género, contra la que todos por igual debemos posicionarnos activamente. Hombres y mujeres juntos contra la violencia y por la igualdad de derechos.

Escribo este artículo cuando aún no se ha celebrado el 8 de marzo. Lo que antes se llamaba Día de la Mujer Trabajadora y que ahora se llama simplemente Día de la Mujer porque toda mujer es, por definición, trabajadora. Cuando se publique, ya se habrán entregado premios y distinciones a algunas mujeres, destacadas en distintas facetas de la vida social pero, aunque ya haya pasado esa fecha, quiero rendir homenaje a todas y cada una de las mujeres que de forma callada y anónima han luchado y luchan por una sociedad mejor en la que todos seamos iguales en derechos y obligaciones.

Las mujercitas del siglo XIX han crecido y se han convertido en mujeres del siglo XXI. El futuro es de ellas, y yo las saludo.