Dicen que Marco Bruto, hijo adoptivo de Julio Cesar, profirió la frase “sic semper tiranis” (así siempre con el tirano) cuando apuñaló junto con otros conjurados al dictador romano en el Senado, en los idus de marzo.

Dicen que también pronunció estas mismas palabras el actor John Wilkes Booth cuando disparó sobre el presidente Abraham Lincoln, hiriéndolo de muerte.

El concepto político de tiranía ha ido evolucionando a lo largo de la Historia. Desde el inicial, atribuido a los griegos, que no tenía forzosamente una connotación peyorativa, hasta el que se emplea en nuestros días y que recientemente ha aplicado con precisión y maestría mi amigo Juan Luis Aróstegui para definir el gobierno de Juan Vivas.

No es mi pretensión insistir en lo ya dicho con respecto a la sutil tiranía del gobierno local, sino hacer referencia a la hipocresía de José Luis Rodríguez Zapatero y su gobierno en relación con la intervención de las Fuerzas Armadas españolas en acciones de guerra que se califican, falsamente, como humanitarias.

El paladín del pacifismo, el adalid de la alianza de civilizaciones se descuelga ahora pidiendo una autorización al Congreso para intervenir en una acción de guerra en Libia. Una acción para impedir la masacre de un pueblo a manos de un tirano y, si es posible, de paso, derrocarlo.

De repente se ha olvidado el ¡NO A LA GUERRA! que sirvió de consigna al PSOE y a su incondicional troupe de farandules, convenientemente compensados por el trato de favor dispensado a la SGAE, para hacer una campaña feroz de acoso y derribo a un gobierno que nos metió en una guerra contra otro tirano, que ya había dado suficientes muestras de crueldad, gaseando indiscriminadamente a los habitantes del Kurdistán iraquí, con la ayuda de su verdugo, Alí el químico.

¿Qué hace a estas dos guerras diferentes? Para José Blanco, el Tigelino de Zapatero, la diferencia esencial está en la autorización de la ONU para intervenir militarmente en Libia. Esto no es cierto. El 22 de mayo de 2003 el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó la ocupación militar de Irak por Estados Unidos y el Reino Unido o, por lo menos, no se lo impidió ni condenó la invasión.

Tampoco es cierto que las intervenciones españolas en zonas de conflicto se hayan producido siempre bajo mandato de la ONU y por motivos humanitarios. El caso de Kosovo, donde España mantuvo un contingente armado durante años, es un paradigma de actuación sin cobertura de la ONU.

También es falso que se actúe con la misma contundencia contra todo tipo de tiranías. Habría que preguntarse dónde estaba la ONU cuando se reclamaba una intervención humanitaria en Ruanda y Burundi; o en Somalia; o en Sudán; o en Birmania, actual Myanmar; o en Irán; o en el Sahara Occidental; o más recientemente, en Bahrein.

¿Por qué la intervención contra el tirano Gadafi sí es legítima y en los demás casos no lo es? ¿Cuál es el límite de esta acción armada? ¿Proteger a la población o derrocar a un déspota cruel y asesino? ¿Qué ocurriría si las matanzas de civiles en Libia se produjesen en un país aliado de Occidente, como Marruecos?

El rechazo a la guerra como solución de conflictos de la Humanidad debe ser una cuestión de principios. Desde este punto de vista ninguna guerra es justa, ni siquiera cuando se trata de evitar un mal mayor. Buscar la coartada de una resolución de la ONU para justificar la participación en una acción bélica es propio de cobardes e hipócritas. Pretender que una escuadrilla de F-18, una fragata y un submarino de la Armada son instrumentos de una misión de paz es, sencillamente, una mentira. Nadie puede garantizar que una intervención armada contra Gadafi y sus partidarios no vaya a causar ninguna víctima inocente. En toda acción militar hay siempre daños colaterales. Un eufemismo para denominar a los civiles muertos como consecuencia de acciones militares.

La tolerancia de los líderes mundiales con las tiranías que existen en el mundo depende del grado de colaboración que los tiranos presten a los intereses de esos líderes. La tiranía es siempre execrable. No es necesario esperar a que las calles se llenen de muertos para actuar contra el tirano. No sólo son acciones criminales las masacres de manifestantes abatidos por los disparos del ejército o de las fuerzas de seguridad. También cuentan los torturados en interrogatorios; los condenados a muerte en juicios sin garantías; los desaparecidos; los asesinados por fuerzas paramilitares.

¿Cuántos muertos son necesarios para justificar una intervención? ¿Solo es posible la solución militar? ¿Por qué se vendían armas al régimen libio si se sabía que podía utilizarlas contra su propio pueblo? Si hubiésemos actuado cuando todo esto estaba ocurriendo, quizás ahora no habría que haber recurrido a una guerra tan injusta como todas las demás. Porque ninguna causa, ni la de derrocar a un tirano, justifica una guerra.