Triste lugar este en el que tiene uno que andar perdiendo el tiempo en dar explicaciones de por qué ejerce sus derechos. Me refiero a los motivos por los que he solicitado que se realicen mediciones de contaminación acústica en determinados eventos que se celebran periódicamente en las calles de esta ciudad, que no es mía ni de Vivas, sino de todos los que vivimos en ella. Iguales en derechos y obligaciones.

He usado el título de un clásico del cine de Hollywood, protagonizado por Gary Cooper, en el que interpreta a un intrépido capitán que lucha contra los indios seminolas en los pantanos de Florida, para que me sirva de entradilla al relato de los hechos que detallo a continuación.

Durante más de un año, un grupo de parados se manifestó diariamente por las calles de Ceuta para exigir su derecho constitucional al trabajo. Eran personas desesperadas, que habían agotado sus prestaciones por desempleo y que se enfrentaban a la misión casi imposible de encontrar un empleo en esta ciudad. Veían cómo los pocos puestos de trabajo que generaban las empresas locales, eran obtenidos por marroquíes que, conservando el permiso de trabajo concedido en otra ciudad, habían regresado a su país de origen y estaban dispuestos a trabajar por sueldos inferiores a los fijados por los convenios colectivos y a realizar jornadas superiores a las establecidas. Todo esto, frente a la pasividad de las autoridades y a la aceptación social del fraude laboral generalizado.

Los manifestantes pretendían dar un aldabonazo en las conciencias de las personas que dirigen las administraciones públicas en esta ciudad y promover la adopción de medidas eficaces para acabar con la tradicional incapacidad del tejido económico ceutí para generar empleo. Por eso finalizaban sus manifestaciones, alternativamente, ante la sede del Gobierno de la ciudad o ante la Delegación del Gobierno del Estado. Era una manera de señalar a los responsables del abandono en que se encontraban y de reclamar soluciones.

Desde que iniciaron sus manifestaciones, utilizaron tambores y pequeños instrumentos de viento para llamar la atención de los ciudadanos sobre su justa reivindicación. También usaban un vehículo provisto de megafonía, que abría carrera a los manifestantes. Eran elementos esenciales de su acción de protesta cívica. Utensilios generalmente utilizados en concentraciones y manifestaciones celebradas anteriormente, tanto en Ceuta, como en cualquier otro lugar del mundo. No es nada extraño que una manifestación haga ruido. Precisamente se hace para eso.

Para dar cobertura a esas manifestaciones, los parados se dirigieron a CCOO, que les facilitó los medios materiales y el apoyo administrativo necesario. Como secretario de Organización del sindicato, en su nombre y representación, encabecé los escritos de comunicación a la autoridad gubernativa para el ejercicio del derecho constitucional de reunión y de manifestación en lugares de tránsito público. Durante algún tiempo, también tuve el honor de acompañarles en sus manifestaciones. Me siento orgulloso de ellos, de su tenacidad y de su firme creencia en que los derechos se exigen, no se mendigan. Les agradeceré siempre que me hayan permitido marchar a su lado y haberme hecho sentir uno de ellos.

Seis meses después de iniciada la campaña de movilización, la Delegación del Gobierno decidió limitar este derecho, fijando una duración máxima de media hora e impidiendo la circulación del vehículo con megafonía por las calles peatonales. El sindicato recurrió ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, pero no obtuvo sentencia favorable. No obstante, el Tribunal Constitucional ha admitido a trámite el recurso de amparo presentado por CCOO y, a día de hoy, se encuentra pendiente de resolución.

Cuando se cumplió un año desde el inicio de las manifestaciones, el gobierno de Vivas decidió abrir expedientes, no al sindicato ni a los autores materiales de los hechos, sino a mi humilde persona, por supuestas infracciones a la Ley del Ruido, por el uso de tambores durante el desarrollo de las manifestaciones o concentraciones, en tres días concretos, entre los meses de diciembre de 2010 y febrero de 2011. Se proponía una sanción que podía oscilar entre los 601 euros y los 12.000. Hace unos días se me notifica que la sanción que se propone ahora es de 2.000 euros.

Una vez que me comunicaron la incoación de los expedientes, solicité por escrito que se realizaran también mediciones de ruidos en eventos de análoga naturaleza. Es decir, actividades en la vía pública que conllevan el uso de tambores. Concretamente, los desfiles procesionales de la Semana Santa y los arriados de bandera de cada jueves, frente a la Comandancia General. No con la intención de que fueran prohibidos, ni mucho menos, sino con la de demostrar que mi persona estaba siendo objeto de una persecución institucional, cuya verdadera intención era intimidarme para provocar el fin de las manifestaciones.

Tengo un gran respeto por las manifestaciones públicas de cualquier credo religioso o por los actos de tipo folclórico y tradicional, de interés antropológico, también por nuestra bandera y lo que representa, pero no creo que el derecho a celebrar este tipo de actos esté por encima del derecho de reunión y manifestación, reconocido en el artículo 21 de la Constitución.

Reivindico, por tanto, mi derecho a ser tratado por la Administración del mismo modo que trata a los convocantes de esos actos, e invoco el principio de igualdad ante la Ley que establece también la Constitución. Esa Ley que no distingue por razón de la personalidad de los emisores de los ruidos. Todos somos iguales. Los parados y los cofrades. Los civiles y los militares. Sancionar a unos y ser permisivos con otros es un acto arbitrario, cuya interdicción está también expresamente contemplada en la Constitución.

Yo tengo la sana costumbre de no leer nunca el panfleto de la franja verde. Lo hago por higiene mental. He comprobado que su lectura produce lesiones cerebrales de carácter irreversible a los que son asiduos consumidores de esa bazofia. Pero me han contado que en ese infecto libelo, me acusan falsamente de intentar prohibir las procesiones y el homenaje a la bandera. Como he explicado anteriormente, nada más lejos de mi intención.

Propalar mentiras y falsedades como esta, hace a esa publicación merecedora del justo calificativo de panfleto o libelo. Porque, se llame como se llame, su única intención es insultar, mentir y denigrar a los opositores al régimen que ha implantado el PP en esta ciudad.

Y ahora, vengan nurias y manolos, sabandijas y culebras, y traigan con ellos a todo el bestiario que puedan reunir y pongan de mí, aquí debajo, cuanto quieran. Ni les debo ni les temo. Por los menos, se habrán tomado la pena de leerme porque yo no me tomo la pena de leerlos.