¿No denotan ustedes un ambiente lúgubre y triste cada que la gente habla de sus experiencias amorosas del pasado?
Parece ser que todos tenemos grabado a fuego en el alma el daño que nos hicieron, de tal forma que volver a pasar por algo así nos genera
desasosiego e inquietud. Hasta el punto de que muchas personas tienen la fuerza de espíritu (yo no la tengo) para no iniciar algo que quizás, y solo quizás pudiera hacerles feliz (entiéndanme cuando hablo de felicidad...)
Bien, analicemos la cuestión: es humano no querer sufrir, ¿a quién le gusta sufrir?
Pero yo me pregunto si esto fue siempre así, o sea, me pregunto si, por ejemplo, la generación de nuestros padres tenía el mismo problema. Yo creo
que no.
Cierto es que hoy día las posibilidades de sufrir por amor en un porcentaje muy alto, opino, se deben a que es muy fácil conocer a gente: Facebook,
Instagram, páginas de contactos, etc. Por lo tanto, las probabilidades de que puedan dejarte por otro/a, o que se cansen de ti son más altas.
Vivimos en un mundo donde todo corre a velocidad de vértigo, donde lo placentero, lo divertido, lo gratificante, se quiere ya, rápido, y además
suele ser fugaz.
No, no hay duda de que la época que vivimos no tiene nada que ver con lo que vivieron nuestros padres
Pero aquí es cuando me surgen preguntas: ¿No seremos una generación demasiado débil? ¿ No estaremos pecando de hedonistas?
Si llevo esta pregunta a un tema meramente físico, caigo en la cuenta de que nuestros padres eran/son tanques. Lo aguantan todo, como los mercedes
que llevan siendo taxis 30 años.
Llevado a un campo antropológico: ¿hay una cultura del sufrimiento diferente?
Sí, ahora somos más altos, más fuertes (en apariencia), vivimos más, comemos mejor, pero ¿de verdad que somos más fuertes?
Opino que no, ni de lejos. Sufrir por amor (que se sufre, obviamente), no es comparable a sufrir por no tener para comer, a sufrir por necesidad, a
sufrir por dolor.
Dice un amigo mío que: "para saber sufrir (todo se aprende) hay que haber sufrido antes". Sic
Recuerdo una de las múltiples frases memorables de mi padre (curtido en mil batallas, responsable de alimentar y vestir a 6 hijos en aquellos
tiempos...), cuando una vez, yo, con 15 años sufría por "amor"
Padre: ¿Que le pasa al niño?
Madre: "No le hace caso una niña y está llorando".
Padre: "Déjalo que llore, menos mea". Sic.
Nuestros padres no estaban para sufrir "tanto" por esas cosas. Imagino que tener que buscar las papas, la ropa, los libros, etc...te hacían ver las
cosas desde otra perspectiva.
Sí, también podíamos tacharlos de poco empáticos, porque evidentemente, por amor se sufre; pero esa fortaleza era envidiable. Fortaleza real, de años
curtidos en el sufrimiento, no fortaleza de pesas, arroz y pollo. Y con todo esto, volvemos a mi anterior amigo que dice lo siguiente: "generación de atrincherados, silentes, prudentes, asustados y profundamente aburridos".
Ahora la gente se plantea tener un hijo o dos porque "no se puede". Si miras 50 años atrás, se podía, se podía (sin lavadoras, sin fregaplatos,
sin, sin...) No, no hago una defensa de aquellos años, creo que en muchos sentidos, muchísimos, la vida es mejor. Pero somos más débiles...
Así que me permito aconsejarme ser menos atrincherado, menos silente, menos prudente, menos asustado y menos aburrido.
A fin de cuentas la vida es sentir, gozar, sufrir, padecer, reír, llorar.
A fin de cuentas la vida es vivir, ¿no?