El pasado lunes esta columna de opinión, que no sin motivo se denomina “Semper Fidelis,” faltó sin razón aparente a su cita con los lectores. Creo que esta ausencia debe ser explicada, tanto por respeto a quienes leen esta publicación, como porque el motivo nos afecta y debería hacernos reflexionar.

La semana pasada, cuando estaba empezando a escribir el que debía ser el tema de esta colaboración, recibí una llamada desde el otro lado del Atlántico en la que de una forma entrecortada por la emoción, se me comunicaba la muerte en acto de servicio de un buen amigo mío.

Casi no podía dar crédito a lo que escuchaba, pero era su propia esposa, la que haciendo gala de un valor inmenso, me comunicaba que mi amigo John había sido alcanzado por el fuego enemigo en un lejano territorio donde su país, y el mío de corazón, le habían enviado para defender unos ideales sencillos pero que muchas veces se olvidan: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados…” (Declaración de Inependencia de los Estados unidos de América, 4 de julio de 1776)

Fue por esto por lo que John, sin revelarme donde le enviaban, me llamó hace poco para comunicarme que tenía el honor de ser llamado a filas para servir a su patria y al mundo fuera de las fronteras de los Estados Unidos. Estaba pletòrico, contento y feliz y esperaba acabar pronto su servicio para cumplir con su deseo de reunirnos aquí en Ceuta su esposa Susan, él, sus dos niños, mi mujer yo. Queríamos enseñarle esta ciudad y que pudieran compartir con nosotros este trocito de España en África.

La noticia de su muerte nos pilló tan de sorpresa, tan de improviso, que fui incapaz de escribir nada. Incapaz de hilar alguna idea coherente que pudiese comunicar a los lectores. A menudo leemos cómo muchos de estos soldados mueren en Irak, Afghanistan, o en algún otro conflicto internacional y tenemos que soportar cómo supuestos “pacifistas” y “amantes de la libertad”, desempolvan los viejos tópicos de imperialismo; agresión extranjera, etc. Pero son siempre esos muchachos u otros similares, como acaba de ocurrir con dos soldados españoles gravemente heridos en Afghanistan; donde las tropas españolas se ven frecuentemente hostigadas por rebeldes afganos y talibanes, los que arriesgan su vida para garantizar a los demás la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Yo me siento profundamente orgulloso de John, de Susan y de sus hijos Tim y Casey; me siento profundamente orgulloso de los soldados españoles en Afghanistán y de los que fueron obligados a abandonar Irak de forma tan vergonzosa, no para ellos sino para los que dieron la orden.

Me siento orgulloso de un país que es capaz de afrontar el costo económico, moral y de sangre derramada para hacer frente a una amenaza internacional, en vez de esconder la cabeza y lamentarse.

Me siento orgulloso de un país donde el ser de izquierdas o de derechas no empece para tener claras las ideas con respecto a los valores que nos unen y por los cuales merece la pena arriesgarlo todo; hasta la vida.

Mi amigo John era y toda su vida fue un luchador, nadie en este lado del Atlántico ni en el otro olvidaremos nunca quien era; su gusto por la vida, lo que le gustaba ver jugar a Pau Gasol por la tele o como se emocionaba cuando podía ver un buen partido de los Metzs o cómo le gustaban las barbacoas y la paella…

Pero sobre todo nadie olvidará nunca su generosidad, su fe indestructible, su simpatía y su creencia en el ser humano. Le voy a echar mucho de menos; pero al igual que él cumplió con su deber yo haré otro tanto con el mío y seguiré fiel a los principios de ambos desde esta columna.

Los lobos con disfraz de pacifista, los retrógrados con piel de progresista, los estalinistas travestidos de socialdemócratas, los autoritarios de izquierdas y derechas, los que pretenden el pensamiento único bajo la excelsa apariencia de la multiculturalidad; más vale que tomen nota porque vamos a estar vigilándoles.