El Gobierno ha optado por el salivazo en la cara. Leire Pajín ha salido a responder que harán la Ley del Aborto como les dé la gana y Rodríguez Zapatero ha encargado la gestión rápida en el Congreso a su amigo José Antonio Alonso. Carpetazo a la manifestación y adelante. Mal asunto. En otros casos –matrimonio homosexual, Educación para la Ciudadanía– se procuraba cierto disimulo y se recibía al personal en Moncloa o en el ministerio correspondiente, aunque sólo fuese para pasarle la mano por la espalda. Aquí, ni agua. «Son unos reaccionarios que quieren que las mujeres vayan a la cárcel» ha resumido con desprecio el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán. El ministro de Justicia, a su vez, ha hecho burla al decir que «el Gobierno escuchará a los manifestantes, pero a través de sus representantes en el Congreso». ¿Qué representantes, acaso era ésta una manifestación del Partido Popular? Griñán, Pajín, Caamaño son los pelotas de la historia, siempre los hay. «Jaleemos al jefe, jaleemos, que nos necesita». ¿Por qué los necesita el jefe? Porque hay voces socialistas que se alzan para decir que no es bueno que las menores aborten sin que lo sepan los padres: Rodríguez Ibarra, Leguina, Barreda, Vara, Gabilondo. Y porque hay corrientes del partido (Cristianos Socialistas) que protestan y dicen que el aborto no puede ser un derecho. Cuando el gobernante legisla a espaldas de la gente empieza la cuenta atrás. Aquí se manda callar a los de dentro y se ningunea a los de fuera. Que recuerden los socialistas lo que le pasó a José María Aznar cuando su ánimo ensoberbecido despreció a los manifestantes en contra de la guerra de Irak. Zapatero está en la cumbre de su vanidad: no lo digo yo, lo dicen Solbes y Solchaga; lo dicen Almunia y Fernández Ordóñez. A la gente buena que sale a la calle les suelta el escupitajo en la cara. Pues esa gente vota.