improvisar

Caballas acusa al Gobierno del PP de "improvisar" con el recorte del gasto para estar en FITUR 2012

- Los localistas lamentan que el Ejecutivo de Vivas no haya escuchado "hasta que han llegado los tiempos de vacas flacas" las críticas de la oposición al desembolso que ha venido realizando para estar en Madrid

- La coalición pone en la picota a los responsables de Turismo por convocar el concurso de diseño del stand hace dos meses, "cuando ya había crisis" y ahora anularlo y por no saber qué hacer con el ahorro que se consigue

Improvisar versus (pre)meditar

La reunión de los dirigentes socialistas del pasado sábado sirvió, entre otras cosas, para que nuestro presidente admitiera el hecho de que algunas de las decisiones adoptadas están tomadas a bote pronto, sin preparación alguna. Lo dijo cuando afirmó que «la tarea de gobernar incluye improvisar», una petición de principio que no sería compartida por casi ningún gobernante del mundo civilizado, convencidos de la necesidad de meditar, sopesar y reflexionar sobre un asunto antes de llevarlo a cabo. La improvisación resulta valiosa en el mundo de la farándula y es un preciado recurso a la hora de actuar, porque estimula la creatividad de los actores. Es verdad que en la improvisación, la intuición permite al intérprete actuar en situaciones inesperadas y solucionar los problemas que surjan en escena. Pero por lo que se sabe hasta el momento, actuar no debe ser el papel fundamental del inquilino de La Moncloa y sí tenerlo todo pensado, estudiado y analizado para solucionar los severos problemas con los que se enfrenta el país y en los que, vistos los resultados, la improvisación no ha lugar. 
Los españoles, a diferencia de alemanes o franceses, somos un pueblo muy dado a improvisar para salir del atolladero, pero todos los expertos coinciden en que esta característica hispana no funciona en la situación actual. Este ha podido ser el motivo de  la marcha de Solbes, Sevilla y otros del entorno presidencial; personas en desacuerdo con el despilfarro actual del Ejecutivo y partidarios de la reducción del gasto como una de las formas de empezar a mejorar las cuentas. Protestaron con la improvisación de los 400 euros;  y tenían razón, dado que no reactivó el consumo y sí costó 6.000 millones de euros. La de los 420 ha multiplicado su coste inicial, porque en principio dejaba fuera a la mayor parte de los desempleados de larga duración y qué decir del «Plan E», que si bien ha creado un determinado número de puestos de trabajo temporales ha destruido otros tantos o más ante la imposibilidad de que los ayuntamientos dispusieran de ese dinero o parte del mismo para pagar sus deudas con las pymes. En caso de haber podido hacerlo, estas no se hubieran visto obligadas a cerrar y enviar a los trabajadores al paro. Ahora, con el fin de paliar el coste de tanta improvisación, el Ejecutivo lleva varias semanas improvisando cómo y qué impuestos va a subir para meter un poco de dinero en las secas arcas del Estado. La medida afectará a las clases medias, porque a «los ricos», como demagógicamente llama el Gobierno a quienes ingresan más, no les va a pillar. Normalmente disponen de buenísimos asesores que les evitan, de manera legal, ser acribillados a impuestos.
El presidente insiste en la necesidad de alcanzar un consenso político y social y, sin embargo, a la hora de la verdad nunca se logra por la inexistencia de unos planes gubernamentales que puedan aunar voluntades sobre medidas y objetivos concretos para los próximos meses. El Gobierno prefiere otear el horizonte y, en función de lo que indiquen los sondeos de opinión, decir hoy una cosa y mañana la contraria. Y está claro que cuando la ocurrencia se confunde con el pensamiento, al final se termina en el error.
 

El arte de improvisar

Hubo un día en el que alguien pensó que la calle Real de Ceuta, peatonalizada, quedaría la mar de mona. Han pasado muchos meses para que, por fin, todos puedan caminar sin coches a su vera por la arteria principal del centro. En muchos puntos de España, una calle peatonal es sinónimo de dinamización comercial. Incluso hay innumerables ejemplos aplastantes en los que la eliminación del tráfico rodado ha supuesto un incentivo fundamental para reactivar los decrépitos centros históricos.

Para peatonalizar una calle hay gastar, generalmente, mucho dinero aportado por el ciudadano. El mismo contribuyente que espera que su inversión, decidida generalmente en las urnas, sirva para tener una ciudad mejor.

En Ceuta, se han gastado la pasta para hacer peatonal un buen tramo de calle. En un alarde de política a largo plazo, un mes después de acabar las obras, el Ayuntamiento ya ha decidido que por ahí, ya que pasan peatones, también pueden pasar taxis y autobuses. Un pivote automático va a evitar que los coches aprovechen la coyuntura para ahorrarse dos minutos de trayecto alternativo. Pero no, aquí las cosas se piensan con tiempo y ya hemos asumido que dos agentes de la Local van a estar pendientes de que nadie se cuele. No vaya a ser que nos acusen de improvisar.

Es decir, invertimos una considerable aportación del contribuyente y a los pocos días, decidimos que la solución está a medio camino de lo previsto. Hacemos alarde de saber reaccionar sobre la marcha, como símbolo de lo mucho que estamos en la calle con el contribuyente. Un día hacemos caso a uno, y al día siguiente escuchamos al otro. Y a los dos les hacemos caso.

Ha de aprender el Gobierno de Ceuta a tomar decisiones con total determinación. La felicidad de todos se antoja complicada, por mucho que a uno le aprueben por unanimidad las cuentas. La labor de un gestor se rige por la decisión, no por el "pasito palante, pasito patrás". Más que nada, porque uno abandona con solemnidad la senda de la personalidad.

Abro una porra. ¿Cuántas semanas van a pasar hasta que las primeras losas de la peatonalizada calle tengan que ser reemplazadas? ¡Qué corra la ruleta!
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