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JJ.OO./16-20

Consumado el segundo fracaso, para los JJ OO 2016 (hay que llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos de si «somos los mejores», o de si un pérfido lobby nos tiene ojeriza), es preciso que se den algunas explicaciones al personal, al menos por su obligada faceta de contribuyente.

En el primer intento para los Juegos del 2012, hubo faltas de coordinación en la etapa final, a la hora de empujar el carro: demasiados banquetes en solitario de españoles en Singapur, y algún traidor de última hora, Alberto de Mónaco, a quien sin embargo se sigue tratando con guante de seda.

La segunda intentona ha sido, cuando menos, un ejercicio de tozudez, pues por la «regla no escrita de los Continentes», estaba claro que Madrid no tendría ninguna posibilidad con un candidato sudamericano del porte de Brasil. Además, ha habido episodios casi increíbles, como el de enviar a Copenhague a 400 representantes. ¿Pero qué hacía allí tal nómina de viajeros, aparte de saludarse unos a otros con excesiva euforia?

Al alcalde de Madrid, le decimos, para que siga con su buen currículum, que debe  informar cabalmente sobre gastos realizados, inversiones llevadas a cabo, así como su futuro grado de utilización. Y en cuanto al funcionamiento del equipo del segundo intento olímpico, hay que repasar su ejecutoria, sobre todo cuando alguno de sus componentes, Doña Mercedes, se ofrece a sacrificarse hasta los Juegos de 2020; convocatoria en la que  África tendrá una presencia imbatible.

Todo lo anterior, y algunas cosas más, hay que explicarlas, porque eso es lo democrático. No estamos en los tiempos de Faraón en Heliópolis, ni Madrid es Gallardópolis. Y adicionalmente, hay que valorar lo que representa la obsesión olímpica del último quinquenio, con obras cada vez más complicadas, muchas de dudosa necesidad, y ruidos permanentes para la ciudadanía. Todo dicho con el debido respeto y en espera de los pronunciamientos solicitados.
 

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