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Mauricio Macri: «Los Kirchner son un ciclo terminado, están en la fase final de deterioro»

Jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires (alcalde), Mauricio Macri (Tandil, 8-2-1959) tiene la vista puesta en las presidenciales de 2011. Ingeniero y ex presidente del club de fútbol Boca Juniors, parece un hombre con suerte en la política, un terreno de juego que empezó a reconocer en 2003 y en el que parece moverse cada día con más soltura. La semana ha sido un caos de tráfico, a la huelga de metro se han sumado manifestaciones y lluvias que inundaron varios barrios. «Mauricio», sin apellido para distanciarse de su padre, el empresario Franco Macri, ha estado presente en los medios de...

La fiesta no ha terminado: Polanski paga los excesos del «poder hippy»

España, tan pacata a la hora de  relatar la crónica sórdida de sus famosos, siente fascinación por el Hollywood Babilonia de los famosos. Es lógico porque en ese mundo endogámico, donde la meritocracia es el santo y seña del éxito social, conviven dos posiciones antagónicas, la mitificación de las estrellas y su cara oscura: las crónicas salvajes en donde se desmitifica de forma sangrante la vida y milagros de esos mismos que conforman el santoral laico más desmadrado del mundo.
Caducada la chismografía de los grandes artistas del cine mudo y los magnates de la era dorada de ese Hollywood babilónico que radiografió Kenneth Anger, le toca ahora a la generación que hizo de las drogas, el sexo y el rocanrol bandera política y emblema de una revolución  cultural, política y sexual sin más límites que el capricho de los abanderados, que tomaron Hollywood por asalto. El relato cruel y descarnado, como las fotos de Diane Arbus, sigue siendo la crónica de Peter Biskind: «Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood». En ella puede leerse, con la sencillez del relato cotidiano de una época, cuántas salvajadas y despropósitos cometieron los nuevos niños mimados del Nuevo Hollywood del porro y los viajes alucinantes.
Roman Polanski fue uno de esos mitos juveniles que llegó a Los Ángeles después de una carrera exitosa de «arte y ensayo» en Europa y conquistó Hollywood. Su matrimonio con la actriz Sharon Tate fue el segundo peldaño en su conquista del Oeste. Un incisivo comentario sobre ambos lo hizo Dick Sylvert, escenógrafo de «La semilla del diablo», que describe a Polanski como un personaje raro, un hombrecillo menudo al que le encantaba ser el centro de atención, en las innumerables fiestas en la suit del cineasta del Château Marmont, junto a Warren Beatty: «Nos volvía locos –comenta Sylvert–, además era muy competitivo, y con las mujeres tenía una actitud bastante europea. A Sharon le hablaba como si fuera una pobre cría, le insistía en que ella tenía que servirle, y rara vez levantaba un dedo para hacerlo él mismo».
Aquel «Verano del amor»
Lo cierto es que tras el éxito de «El baile de los vampiros» (1967) y «La semilla del diablo» (1968), dos cintas clásicas que basculan entre el cine de autor y el espectáculo hollywoodiense, Polanski fue reconocido como uno de los modelos europeos para el despegue de ese Nuevo Hollywood que irrumpía con «Bonnie & Clyde» (1967), de Warren Beatty y Arthur Penn, y se consolida con «Easy Rider» (1969), de Denis Hopper y Peter Fonda. Nada ya volverá a ser lo mismo. Hooper se jactaba de haber puesto de moda la cocaína, que esnifaban en aquella égloga al jipismo psicodélico motero, droga a la que comenzaron a engancharse la generación de los «movie bratts»: Lucas, Spielberg, Milius y Paul Schrader, hasta el punto de que al productor que conmocionó el Nuevo Hollywood se le conocía como Bob «Cocaína» Evans.
Varios años antes, la industria del rock había vivido el cambio del porro y el LSD a la heroína, causando las primeras bajas heroicas: Jimmy Hendrix, Jim Morrison y Janis Joplin, musa indiscutible del jipismo cuya vida era un carrusel de drogas duras y sexo indiscriminado.
Atrás quedaban las orgías y los «test de ácido» de Ken Kessey y sus «Alegres pillastres», retratados por Tom Wolfe en «Gaseosa de ácido eléctrico», y la mística de Timothy Leary y su «Liga para el descubrimiento espiritual», que mezclaban rituales religiosos con sexo tántrico. El más famoso de sus imitadores fue Charles W. Manson, el psicópata inductor al asesinato de Sharon Tate, recién casada con Roman Polanski. La serie de monstruosos asesinatos se cometió en plena resaca del «Verano del amor» y a una semana de la celebración de Woodstock, punto final de la fantasía del «flower power».
Un año después moría Janis Joplin de un chute de heroína, la noche que se disponía a acostarse con su novio Set Morgan, con quien  iba a casarse, y con su novia Peggy Caserta, dispuesta a hacer un trío de despedida de soltera.
Lo curioso de este mundillo de jipis y friquis convertidos de la noche a la mañana en multimillonarios no era su vida disoluta y propensión a todos los excesos, eso era moneda corriente en el Hollywood de sus abuelos: los Mayer, Lanski, Garbo, Harlow y Dietrich. La novedad era la prepotencia de esa «nueva izquierda», anti-stablishment y contestataria del Hollywood carca, que pensaba que todo le estaba permitido. Hopper era alcohólico a los doce años, se drogaba hasta el punto de creerse Jesucristo y comenzó a golpear a su primera mujer, Broke Hayward, tras acudir al primer «love-in» en San Francisco, donde tomó ácido en grandes cantidades y quedó trastornado para siempre. Brooke era amiga de infancia de Peter Fonda y había conocido el suicidio de su madre y el tiro en el estómago que se pegó Peter a los diez años.
Niñas en el agua
No es de extrañar que, en un primer momento, el apocalíptico Manson fuera defendido por la comunidad artística, incrédula de que un gurú «místico» como Manson fuera un asesino en serie. Era amigo y camello de Denis Wilson, de los Beach Boys, y el ex Fug Ed Sanders escribió encendidos elogios de Manson en «Los Angeles Free Press». Y ya en pleno juicio, Denis Hopper lo visitó porque Manson quería que interpretara su vida en el cine.
Roman Polanski tardaría en volver a Los Ángeles cinco años, contratado por el productor Bob Evans para rodar «Chinatown» (1974). Todavía rondaba el fantasma de su mujer en las colinas de Beberly Hills. Robert Towne, su guionista, cuenta las interminables peleas a la hora de revisar el guión. Polanski cambió el final, en el que moría el promotor inmobiliario que interpretaba John Huston, por otro en el que Faye Dunaway era asesinada y Huston se quedaba con la niña, para repetir el ciclo de violaciones incestuosas iniciado con su hija y continuado con su nieta, que a su vez era su propia hija.
Aunque en apariencia epifenoménico, la violación de menores no era algo extraño, pues como ha confesado la hija de John Philips, de The Mamas & The Papas, éste la violó desde la adolescencia, a los once años le inyecto cocaína y le pagó un aborto, tras mantener relaciones sexuales consentidas.
También se quejaba Towne de la pasión que Polanski sentía por las quinceañeras, a las que hacía fotos en la piscina en «topless». «Chiquillas que aún no se habían quitado el aparato de ortodoncia», declaró a Peter Biskind. Quizá aquí se encuentre el motivo que le llevaría, tres años después, al penal de Chino, durante cuarenta y dos días, acusado de estupro. Al enviarlo a prisión, el juez había roto su promesa de darle un trato especial si se declaraba culpable de haber violado a la menor Samantha Gailey. Puesto en libertad cuarenta y ocho horas después, Polanski decide no acudir a la Corte y huir en avión a Londres.
Medio millón y el silencio
La niña de trece años violada declaró ante el Gran Jurado que Polanski le había convencido para hacerle una fotografías para la revista «Vogue». La llevó a casa de su vecino, el actor Jack Nicholson, y la invitó a beber champagne y tomar un sedante llamado «quaalud». La invitó a meterse desnuda en el jacuzzi y ante la resistencia de la niña la llevó a un dormitorio donde la acosó hundiendo su boca en su entrepierna y la sodomizó, temeroso de dejarla embarazada. Cuando la acompañó hasta su casa le aconsejó que no le dijera nada a su madre, confesándole que se había prometido que no haría nada con ella.
Cuenta «Los Angeles Times» que, en 1977, el abogado de Polanski había llegado a un acuerdo económico con los abogados de Gailey de abonar medio millón de dólares a la familia para evitar ser condenado. Al no abonarse la cantidad pactada, volvieron a demandarle en 1988, acusándolo de agresión sexual.  Y, en 1993, parece ser que se comprometió a pagarle el medio millón de dólares más intereses en un plazo de dos años, aunque, en 1995, Polanski no había satisfecho dicha cantidad, cifrándose en 604.416 dólares el débito del oscarizado director de «El pianista» a los Gailey.
Buck Henry, el guionista de «El graduado», confesó: «Siempre he pensado que la política de izquierdas, dentro y fuera de Hollywood, giraba en torno al coño o las drogas». Peter Biskind afirma en «Moteros tranquilos» que, «aunque la década de los setenta contiene magníficos monumentos a sus grandes directores, la revolución cultural de esa década, como la revolución política de los sesenta, terminó en fracaso».
«Ese grupo –continúa el hermano de Paul Schrader– empezó a hacer películas verdaderamente interesantes y, luego, todos se lanzaron por un tobogán a las cloacas». El hedor llega hasta nuestros días.


Absuelto
De Almodóvar a Scorsese, pasando por Woody Allen o David Lynch, los cineastas más célebres se han pronunciado a favor de Roman Polanski. «Es inadmisible que una manifestación cultural internacional, que rinde homenaje a uno de los más grandes cineastas contemporáneos, se transforme en una encerrona policial», aseguran en un manifiesto que también suscriben Wim Wenders, Julian Schnabel, Wong Kar Waï o Ettore Scola.
Condenado
Mientras, la Justicia estadounidense exige que la fama no blinde a Polanski de su responsabilidad penal. Durante tres décadas, el cineasta esquivó el suelo norteamericano para no sentarse en el banquillo.  «No importa que seas un director de cine importantísimo», dijo el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger. «Admiro mucho su trabajo y es una persona muy respetada, pero debemos tratarle igual que al resto de los ciudadanos».
 

El nuevo templo hindú podría estar terminado en dos meses

El nuevo templo hindú podría estar listo en unos dos meses, según ha adelantado el presidente de la Ciudad, Juan Vivas, que ha visitado la obra esta mañana acompañado de los responsables y los dirigentes de la comunidad. Vivas ha asegurado que este nuevo templo va a permitir demostrar "que aquí hay una comunidad hindú importante, arraigada, implicada, que forma parte esencialmente de Ceuta" así como que esta es una ciudad en que "basada en la tolerancia y el respeto impera una convivencia en paz y armonía y conviven cuatro comunidades religiosas distintas". El nuevo templo, ubicado en la calle Echagaray, cuenta con un presupuesto de 310.000 euros.

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