Fue una escena dantesca. En plena conferencia de prensa, lograda ya la victoria (7-6, 6-1 y 7-5) sobre el argentino David Nalbandian en la tercera ronda del Abierto de Estados Unidos, Rafael Nadal se quedó mudo y clavado en la silla, pidió luego una pausa, se tiró al suelo y empezó a resoplar con calambres en el cuádriceps y el isquio de la pierna derecha. "No puedo seguir, lo siento", dijo. Empezó entonces la carrera por encontrar un fisioterapeuta mientras llovían los flashes que inmortalizaron la escena: al número dos del tenis mundial, que debe jugar mañana contra el luxemburgués Gilles Müller, musitando quejidos en mallorquín. "Ni me podía mover. Pero no hay que darle vueltas. No pasa nada", dijo tras ser tratado por Rafael Maymò, su fisioterapeuta, y otro del torneo, que le pusieron hielo. Tras varios minutos de interrupción, el español, que no pasó consulta con el médico de la federación, siguió hablando, esta vez de pie, para que todo quedara claro. Hoy, avisó, se entrenará de buena mañana.