En Cu Chi, a 50 kilómetros de la ciudad de Ho Chi Ming, antigua Saigón, los turistas occidentales pueden visitar 250 kilómetros de angostos túneles subterráneos excavados por la guerrilla comunista del Viet kong para combatir al Ejército norteamericano. Los vietnamitas han acabado convirtiendo en espectáculo todo lo relacionado con la guerra. Sobre estos claustrofóbicos agujeros, por los que hay que andar a gatas o en cuclillas, uno se puede sacar fotos junto a los pozos con estacas o las trampas punzantes de bambú que hacían para capturar enemigos. También en el búnker del ex presidente de Vietnam del Sur, o junto a los tanques, helicópteros y cazas expuestos como trofeos en diferentes puntos de la ex capital. Pero los vietnamitas no hablan mucho de los americanos, que han vuelto al país por la vía de la economía, implantando tiendas, hoteles, restaurantes y hasta clubes de jazz. La globalización es imparable, y la juventud aquí habla inglés para hacer negocios o para atraer turistas. La sociedad de consumo se ha asentado de tal manera que, en las principales calles de Hanói o Saigón, no queda un metro libre para comercios. Se suceden unos tras otros con un afán de ventas que apabulla. La competencia es atroz. Se nota en las carreteras con los «autobuseros». Todo el mundo circula despacio, pero ellos van flechados, corriendo como locos, pitando y a una velocidad endiablada, adelantando sin parar. La razón de tal proceder está en que el que llega primero a la parada siguiente se lleva los viajeros, y cobran más por cuantos más lleven.
La competencia y el capitalismo se han instalado en Vietnam para quedarse. Después de la guerra el país se hundía en el estancamiento y la frialdad de una economía socialista que no dejaba opción a la iniciativa privada. Tras la apertura china, Hanói decidió hacer lo mismo, dando paso a la propiedad. El resultado es espectacular. Crecen por encima del 7 por ciento cada año sin que se note la crisis. La producción industrial es del 13,7. La renta per cápita se duplicó en diez años. Y además extraen toneladas del petróleo «off shore» que los americanos ya atisbaron en los 60. El resultado, una economía que, aunque pobre, es enormemente dinámica, basada en la vieja receta liberal, pero bajo el estricto control de un régimen marxista que en lo político no admite fisuras. Y que justifica el recurso al mercado arguyendo que la economía mercantil no es un atributo exclusivo del capitalismo, sino una conquista de la humanidad.
Bien visto, pues es sabido que lo que la humanidad rechaza son las viejas recetas de la planificación soviética, que fracasaron estrepitosamente tras años de dura imposición. Ahora los comunistas dicen «viva el mercado» porque «no es capitalista». Y dado que los vietnamitas trabajan como chinos, el resultado es explosivo: jornadas de doce o catorce horas al día, fábricas que no cierran ni de noche, edificios que se derriban y otros que levantan para que la producción no cese, etcétera. De ser deficitarios en alimentos, hoy lo que necesitan es más mercado para vender todo lo que producen gracias a una actividad que da vértigo, unos salarios ínfimos y al hecho importantísimo de no tener contestación social ni sindical. Salieron tan destrozados de la guerra que prefieren no hablar de luchas ni enfrentamientos partidarios. Igual que de los americanos. Mejor hacer negocio con ellos.