La encrucijada de la felicidad
16 de diciembre de 2009 (08:43 h.)
Hay que llamarse Sabina para permitirse chulerías como programarse a uno mismo en la música de sala. Canta Joaquín enlatado por los altavoces, amagan sus músicos unas notas de Lili Marlen e irrumpe por la izquierda el trovador, traje de pingüino y sombrero borsalino, dispuesto a comerse una vez más esta ciudad que es medio suya. Se reserva para sí todo el frontal del escenario y relega a los seis músicos un par de metros más atrás. Por si no quedaba claro quién manda aquí.