Kabul ya no teme a los coches bomba ni a los comandos suicidas de los talibán, o quienes sean los que se vuelan por los aires. Tampoco teme a la guerra que lleva 30 años carcomiendo sus vidas. Ni a la pobreza ni al desempleo. Ni a una tradición sofocante que condena a las mujeres y a las niñas en el nombre de un dios que nunca protesta. Este país
medievalizado por la ignorancia, las armas y la corrupción se ha visto de repente atrapado en la globalización del miedo, que es una forma excelsa de modernidad. Las calles de Kabul se han poblado de hombres, niños y alguna mujer valiente sin burka protegidos por mascarillas. No es el polvo ni la contaminación, sino por miedo al contagio de la gripe A.