"No se ría, no se ría...", nos advertía la bruja Avería en los albores de la 'perestroika'. Aquella maga de cejas 'brezhnevianas' que amenazaba con desdoblarnos la sonrisa con su relámpago de bolsillo, nos enseñó a una generación entera de españoles que el humor resulta indigesto si no se tiene estómago para la autocrítica.
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