El Palacio de la Asamblea, que sigue siendo conocido entre el pueblo llano con su denominación histórica y tradicional de "Ayuntamiento", ha sido el triste escenario de una situación entre lo absurdo, lo grotesco y lo humorístico, si no fuese por lo grave que en sí encierra. Un grupo de sindicalistas han tenido que ocupar el despacho de la viceconsejera de Recursos Humanos, que además seguramente es la que menos culpa tiene en este incidente, para que se cumpliese el acuerdo de ceder a cada central una oficina para atender a sus afiliados. Una medida de fuerza que a la postre ha sido la única forma de solucionar un callejón sin salida que duraba ya demasiado tiempo.

Lo triste y penoso de todo este espectáculo es que demuestra de forma clara y contundente la situación de la política local, que ha convertido el Gobierno de Ceuta en un campo feudal en el que algunos dirigentes creen estar imbuidos de poder divino para decidir sobre el futuro, vida y obras de sus súbditos. Un sindicalista decía esta mañana que se ha llegado a un punto en el que no sólo hay que luchar los acuerdos, sino su cumplimiento. Una realidad tristemente cierta, ya que el honor de los caballeros se mide especialmente por la validez de la palabra dada, circunstancia que, según denuncian ya demasiados, cada vez tiene menos peso en Ceuta.

La aplastante mayoría con la que cuenta el Gobierno local parece que no ha sido bien digerida por algunos de sus componentes, que en un triste ejercicio de megalomanía han confundido gestión con vasallaje. Esperemos que el agua regrese a su cauce, por el bien de todos.