Salvemos Ibarrola

No me parece mal, de entrada, que Delegación del Gobierno y Ciudad Autónoma se sienten de una vez a firmar un documento con los terrenos que a cada parte le interesa de la otra. Si se hace con acierto, creo que es una medida correcta, puesto que pasaríamos de la patadita en la espinilla y allá donde la cintura pierde su casto nombre a una verdadera colaboración institucional. Pero hay algo que, como ceutí cuyas raíces están en el barrio de las Latas -si, viví en una barraca ¿y?- no me entra en la cabeza. Y no será por falta de tamaño, por cierto. Me refiero a que se desperdicie un solar como el de Ibarrola en una Jefatura Superior de Policía.

Que no se me malinterprete cuando hablo de desperdicio: creo que hace falta una nueva Jefatura Superior. Pero ¿no hay otra parcela?. Y, de no haberla ¿es necesario derribar el conjunto arquitectónico de ese Palacio?. Qué levante la mano quien no haya soñado alguna vez con tener suficiente pasta como para comprarlo y adecuarlo.

La casa de Ibarrola no es sólo un edificio venido a menos. Es un símbolo. Un símbolo de una etapa donde el puerto servía para algo más que para pescar, puesto que nuestro muelle era un hervidero contínuo de barcos. Por delante de sus paredes, ha visto pasar a portuarios, marineros venidos de lejanas tierras, paraguayos cargados de queso y mantas deambulando perdidos en busca del último transbordador, soldados que venían a cumplir su servicio militar asustados ante algo desconocido. Fue testigo también de las noches más esplendorosas del Centro Cultural de los Ejércitos, en aquellos años donde el baile de las viudas era un acontecimiento social en toda regla. Ibarrola, como Ceuta, ha sufrido en sus propias paredes la inclemencia del mar y es testigo de la expansión de la Puntilla, de como el agua que casi se tocaba desde el chalet se ha convertido ahora en un enorme polígono industrial. Y, por si fuera poco, conserva una de las pocas veletas que aún quedan en Ceuta. Es un edificio bello, señorial, que bien podría ser sede de una facultad, un hotel con encanto o un museo. Igual que la antigua fábrica de Harina, que propongo rehabilitar, habida cuenta de que de la industria hablamos en Ceuta como de la época de los portugueses.

Urbanismo y respeto a los símbolos no son incompatibles, si nos paramos a pensar diez minutos. Y aunque no es mi trabajo dar idea a los políticos, que para eso en ambos bandos ya hay quien cobra, recuerdo que Ceuta es una ciudad cimentada sobre enormes vaguadas sin valor ecológico alguno, que bien podrían albergar una o dos jefaturas superiores de Policía. Algunos políticos, de uno y otro lado, me dan la razón en privado. Llévenlo a la práctica, señorías. Merece la pena apostar por Ibarrola. Más que nada porque no me imagino, como casi nadie, pasear por la Hípica y ver un furgón de detenidos y no esa coqueta casita rosa. Qué quieren que les diga, la de mis sueños.