ZP

ZP fue el logotipo con el que el PSOE se presentó a las elecciones generales de 2004. Era un acrónimo del lema Zapatero Presidente. Pretendía el partido capitalizar el tirón electoral de su líder y cabeza de cartel, José Luís Rodríguez Zapatero, para desbancar al PP, entonces en el gobierno del Estado.
En esta democracia mediática en la que vivimos vale más la imagen de un líder, aunque solo sea un montaje publicitario, que todo el contenido de un programa electoral.

Zapatero consiguió un inesperado éxito en aquellas elecciones. Ni los más optimistas de su partido lo hubieran vaticinado al inicio de la campaña electoral, pero los dramáticos acontecimientos del 11-M supusieron un cataclismo social cuya primera consecuencia fue la movilización del electorado para cambiar un gobierno que aparentaba ocultar información sobre la autoría de la barbarie terrorista.

La primera legislatura de Zapatero, hasta 2008, se caracterizó por la adopción de unas cuantas medidas de apariencia izquierdista, como el matrimonio entre personas del mismo sexo o la ley de dependencia; la cesión a las exigencias de sus socios electorales, como con el Estatuto de Cataluña y un descabellado intento de pacto con la banda terrorista ETA.

En la campaña de 2008 el partido siguió confiando en la imagen del líder y volvió a presentarse con un lema en referencia al ya entonces presidente del gobierno. En esta ocasión fue: con Z de Zapatero.

Aquella campaña fue un ejemplo de todo lo que puede llegar a hacerse para mantenerse en el poder. Desde negar la existencia de una crisis económica, que ya era evidente, hasta llamar antipatriotas a todos los que avisaban de la debilidad de la estructura económica del país, basada casi exclusivamente en la burbuja inmobiliaria. Desde comprar votos con dinero público, devolviendo los famosos 400 euros del IRPF, hasta prometer el pleno empleo en la siguiente legislatura. Desde anunciar que habíamos adelantado económicamente a Italia y estábamos a punto de adelantar a Francia, hasta afirmar que estábamos en la Champions League de la economía y que estábamos en mejores condiciones que cualquier otro país para afrontar una crisis cuya existencia, a pesar de todo, se negaba.

Era el momento de mentir y prometer lo que hiciera falta con tal de no perder el gobierno. De ello dependía el sueldo de muchos de sus partidarios y colaboradores.

Cuando los hechos acabaron abrumándole, no le quedó más remedio que admitir que lo que él llamaba “desaceleración económica” era una crisis en toda regla. Las medidas que puso en marcha no hicieron más que agravar los efectos de la crisis. Inyectó dinero público en la banca sin conseguir que se pusiera a disposición de los ciudadanos para financiar proyectos empresariales o fomentar el consumo; recurrió a la emisión de deuda pública a un precio disparatado, al caer el nivel de confianza internacional en la economía española, y asistió impasible a la caída en picado del PIB y al incremento galopante de paro y el déficit público.

A pesar del panorama apocalíptico en el que estaba sumida la economía española, ZP seguía diciendo, hasta hace un año, que no contaran con él los que pretendieran hacer pagar a los trabajadores el coste de la crisis. Que nadie pensara que habría un retroceso en las medidas de protección social y que nadie dudase de su compromiso con los trabajadores y trabajadoras de este país.

Pocos días después, el que permaneció sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos, en un gesto de cara a la galería y en un desplante que todavía no nos han perdonado, obedecía sumiso y dócil la exigencia del presidente Obama. Había que adoptar medidas urgentemente para reducir el déficit público. América no podía consentir la caída de la economía española porque arrastraría con ella a toda la economía mundial.

Las medidas adoptadas ya las conocemos: Incremento del IVA; reducción de salarios de empleados públicos; congelación de pensiones; reforma laboral; supresión de ayudas a parados de larga duración y ahora incremento de la edad de jubilación y del periodo de cálculo de las pensiones.

Estas medidas no solo son una traición al electorado, sino a si mismo y a la supuesta ideología de izquierda que inspira a su partido. Con esto, Zapatero ha demostrado, como ha dicho recientemente Joaquín Leguina, un histórico socialista, que el marxismo de Zapatero es el de Groucho. Aquel que decía: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Cualquier político decente, después de abjurar totalmente de sus principios y de adoptar una política absolutamente contraria a la que le permitió obtener el voto de los ciudadanos, presentaría su dimisión o, como poco, convocaría nuevas elecciones. ZP no lo ha hecho porque ya no es más que un muerto viviente. Una carcasa vacía. Un zombi político. Eso es lo que, hoy por hoy, significa ZP.