Un cóctel explosivo: no hay mejor manera de definir lo vivido esta tercera noche de agosto -la sexta de nuestras Fiestas Patronales- en los bajos del recinto ferial. Tras casi una semana plagada de tributos musicales que bien han hecho las delicias de los más nostálgicos, el auditorio de La Marina ha cambiado este sábado el postín y el famoseo por la cercanía y el calor del producto autóctono.
Cuatro grupos, dos horas de espectáculo ininterrumpido, un contexto festivo, una atmósfera propicia para llegar al clímax: esa ha sido la propuesta con la que la Consejería de Educación, Cultura y Juventud ha logrado seducir a un buen puñado de melómanos que, sin apenas buscar, han encontrado esta jornada en el pop rock denominación caballa un plan de fin de semana cercano a la perfección.
Ciertamente, el reclamo de hoy no era un titán de la talla de King África; tampoco una banda de amigos dedicada a recordar a los Beatles a golpe de arpegio. No, no lo era, pero tampoco era necesario que lo fuese. A diferencia de lo visto a lo largo de estos últimos días, la afluencia de público ha sido notablemente menor. Sí, también ha habido menos gente que en anteriores citas, pero, a decir verdad, no hacía falta más.
Poco antes de resonar en la zona los primeros ritmos de guitarra, el ambiente era el propio de una fiesta. Aunque había de todo, el grupo más numeroso lo conformaban esos a los que la demografía moderna ha bautizado con el nombre de baby boomers, adultos a los que, por una cuestión de edad, el hard rock les genera mucho más que mera simpatía.
Como todo buen concierto, el de este nuboso sábado se ha hecho esperar. Ojo: no por lo atrasado de su fecha dentro del calendario cultural, sino, más bien, por su hora de inicio. Tras quince minutos de desapacible demora, hacía -por fin- su entrada en escena el grupo al que le fue asignada la gustosa encomienda de abrir la veda: La Ruina.
Hace ahora un año y dos meses, una voz autorizada dijo sobre la banda que "sus canciones hablan sobre cosas que te hacen pensar". Aunque es difícil saber a ciencia cierta si Juanjo Fernández, Óscar Alba, Carlos Armesto y Chico Palenzuela han dejado pensativos a sus espectadores haciendo buen uso de su rock urbano, una cosa está clara: el jolgorio ha sido descomunal.
The Ticks ha recogido el testigo poco antes de que el evento llegara a su cénit. "Son un grupo muy divertido en escena", dijo en su momento la misma voz autorizada que acertó con La Ruina. Dicho y hecho: Álvaro, Ismael, Santi, Alvarito y Zacarías han dejado a un lado este 3 de agosto su hábitat natural -los locales de ocio nocturno- para desplegar toda su esencia al aire libre. Brincos, desde luego, no han faltado. Tampoco buena música, claro.
La tercera de las agrupaciones que, para mayor gloria de los más culturetas, han puesto hoy patas arriba el céntrico auditorio ha sido un archiconocido de nuestra música: Espiral, una cuadrilla de amigos a los que la ventana brindada por el área de Cultura les ha valido la presentación en sociedad de Hágase la luz, su último trabajo conjunto.
Bajo el taró que, por momentos, parecía engullir el recinto ferial, Luis Zapater, José Luis Corrales, Antonio Jurado, Rogelio Mateo y Alberto Mateos -todos ellos, músicos oriundos- han hecho disfrutar a los presentes bajo una innegociable premisa que pasaba (pasa) por "el heavy rock de toda la vida", uno "sin artificios innecesarios".
El broche de oro lo han puesto los chicos de La Jungla, una banda de nueva hornada liderada por Alberto Ramos y consagrada a los ritmos flamencos que, entre otros artistas, gusta de versionar al célebre e inmortal Silvio Rodríguez.
