CRISIS MIGRATORIA

Voces de la avalancha

Voces de la avalancha
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Varios jóvenes marroquíes, en la Plaza de la Constitución.
Varios de los jóvenes, pero también mujeres y niños, que han accedido a Ceuta irregularmentes desde el lunes comparten su experiencia y motivaciones cuando muchos de sus compatriotas ya han retornado al otro lado de la frontera.

Tres días después de que la frontera se viese desbordada por una muchedumbre, aun son cientos los marroquíes, en su inmensa mayoría chavales, que dejaron todo atrás a la carrera para cruzar a Ceuta a nado ante las facilidades que repentinamente les daba su propio Gobierno. Pero, aunque son los que llenan las calles y atraen los focos, no fueron los únicos en entrar. Con ellos lo hicieron familias enteras, hombres adultos y mujeres, muchos de ellos trabajadores transfonterizos que no han podido volver a su empleo desde el 13 de marzo de 2020, fecha en la que Marruecos decidió cerrar sus fronteras con España ante el avance de la pandemia de Covid-19.

Quien más, quien menos conoce a un amigo o un vecino al que se le ha aparecido la “muchacha” en casa. Entre los miles de chavales que entraban a la carrera se colaban de tanto en tanto mujeres. Es difícil seguir su rastro. Su itinerario fue distinto. Muchos de esos trabajadores transfronterizos, no solo empleadas de hogar, tenían amigos residentes en Ceuta o familiares esperándoles con el coche en el Tarajal o tenían donde ir y un empleo que esperaban recuperar.

En el caso de las empleadas de hogar transfronterizas, eran más de 2.000 afiliadas a la Seguridad Social en Ceuta y otras tantas trabajando sin contrato. Trabajadoras honestas y eficientes que cada tarde montaban en un taxi colectivo de vuelta a Tetuán, Rincón, Castillejos y que, un día, de golpe y porrazo, se quedaron sin trabajo. Rachida (nombre ficticio) es una de ellas, pero no quiere hablar. Lo hace a duras penas a través de la mujer para quien trabaja y que el lunes se encontró con la sorpresa del regreso de su “muchacha”. “La pobre me dice que no quiere, que no se sabe explicar, que ha pasado mucho miedo”.

Jovenes marroquñies en la playa

Pero no ha sido el caso de todas, hay quien se ha encontrado con la negativa de sus empleadores y se cuentan entre quienes han sido devueltos a Marruecos “No puedes contratarla porque es ilegal y en casa dónde la metes y ahora con el Covid…”, explica un ceutí que ha vivido ese caso en su entorno. Su condición laboral como transfronterizas las hace especialmente vulnerables: dadas de alta en la Seguridad Social, pero sin derecho a subsidio de desempleo o pensión de jubilación. Además, su condición de transfronterizas tampoco las ha dado derecho a acceder a las prestaciones de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) de las que sí se han podido beneficiar los trabajadores extranjeros por el Estadio de Alarma.

Moazzid es el casi inverso. Tiene 37 años, es vecino de Rincón y también trabajador transfronterizo, “con papeles” y trabaja como camarero en un café de la Gran Vía. Él, como trabajador transfronterizo tuvo que elegir el día que Marruecos cerró la frontera con solo ocho horas de margen: o el trabajo o la familia. Él eligió el trabajo, garantizar un sustento para su familia al otro lado de la frontera. Con él está Nissar, 17 años, vecino de Rincón. “No tiene padre, ni madre, nada allí, esta solo”, explica Moazzid. “No futuro, no trabajo en Marruecos, mejor España, en Rincón y Castillejos ya no queda nada”, chapurrea Nissar.

Miles de jóvenes marroquíes han vuelto ya voluntariamente a su país, pero no pasa por ahí, al menos todavía, la hoja de ruta que Annas y Rochdi se echaron al agua el lunes por la tarde, cuando la llegada de miles de compatriotas que había comenzado poco después de la medianoche anterior llegó a su apogeo: “Venimos a buscar una vida mejor, para salir de la miseria, y yo si no la encuentro en Ceuta lo haré en la península, pero a Marruecos no voy a volver”, se muestra decidido el primero, barbero en Tetuán hasta ahora, “doce horas al día trabajando” para llevar a casa “mil dirhams al mes”, unos cien euros al cambio.

annas rochdi

Su compañero y amigo, también de 23 años, bien vestidos y peinados y con mascarilla, repartía su tiempo entre sus estudios y una tienda de recambios para coches ubicada también en la antigua capital del Protectorado español. Su única preocupación es cargar la batería de su móvil el tiempo suficiente para recuperar el número de la familia que asegura tener en Hadu, una de las barriadas de la periferia por la que se desperdigaron más migrantes.

Cerca del Parque Urbano Juan Carlos I, otro grupo de adolescentes, casi niños, usa a Mohamed, el que mejor se expresa en castellano de todos ellos, para dar cuenta de sus expectativas una vez llegados a este lado de la valla: “La península”, señalan entre risas. ¿Y mientras? “A San Antonio”, citan, desactualizados, el nombre del Centro de Menores que el Gobierno de la Ciudad cerró hace una década.

“En Castillejos sólo podemos pincharnos”, pide otro joven a su amigo que traduzca al periodista mientras los demás se deshacen en carcajadas aparentemente felices de la aventura emprendida.

migrantes niños marina

Son muchos los chavales de Rincón que se sumaron a esta loca carrera hacia Ceuta. Abdul y sus amigos, todos veinteañeros, se esconden de la Guardia Civil en un parque infantil en la Marina. Abdul, 18 años, también estudiaba bachillerato en Rincón, también chapurrea algo español. O eso dice. Ahmed, 23 años, es mecánico; Bilal y Rachid dicen ser peluqueros. Solo el mecánico trabajaba en Marina Smir, —una serie de urbanizaciones a pie de playa en la que muchos ceutíes tienen su segunda residencia— pero no le merecía tanto la pena como para no soñar con un futuro mejor en España. “Poco dinero, no comer”, explica. El resto no ha trabajado nunca en su vida. Ni tan siquiera los peluqueros, y eso que en Marruecos hay una barbería casi en cada calle.

Son ya casi las once de la noche y buscan un lugar para dormir, pero cada vez es más difícil. Las constantes patrullas policiales peinan las calles cada pocos minutos. La estampa del centro de Ceuta recuperaba la tranquilidad en la noche del martes.

Joven marroquí en el centro de Ceuta-1

Hamza es un poco mayor, 26 años y se sale de la media. Llega de Chaouen, allí no tenía trabajo, “se buscaba la vida”, ni familia que lo eche de menos. Pero las callejuelas azules no han visto un turista desde hace más de un año y no hay ya que llevarse a la boca. Tetuán es otro de los puntos desde los que han llegado mides de personas dispuestas a cruzar la frontera si les daban la oportunidad.

Todos ellos, salvo Hamza, son las víctimas de una la profunda crisis estructural que atraviesa Castillejos y las localidades cercanas a la frontera de Ceuta desde que Rabat decidiera cortar por lo sano con el porteo en diciembre de 2019. Y solo tres meses después del final abrupto del porteo, llegó la pandemia.

Desde el cierre de la  frontera impuesto por la pandemia, Castillejos ve como la economía de la ciudad agoniza, sus jóvenes huyen y Rabat no cumple lo anunciado a bombo y platillo: la zona franca que venía a sustituir al porteo. Pero la zona franca sigue siendo una promesa, ni hay porteo , ni hay ni frontera. El hartazgo de los vecinos de Castillejos alcanzó su límite en febrero desde año con varias protestas y disturbios en Castillejos reclamando a Rabat la apertura de la frontera.

Abdul, Bilal, Rachid y Cia-1

Los medios locales de Marruecos señalaron a España como presunta instigadora de las protestas. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) manifestó en un comunicado que el origen de las protestas estaba en “fuerzas exteriores” , señalando a "los enemigos de la integridad territorial”, que solo buscan “ofender la imagen de Marruecos en el exterior”.

Dos meses después,  Marruecos abrió la puerta para permitir que muchos de aquellos que salieron a la calle para protestar, pudieran escapar, aunque fuera en vano y pudieran morir en el intento. Y de paso crear a Ceuta y al Gobierno de Pedro Sánchez un problema sin precedentes.

Albergue de acogida-1

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