Mi infancia


Mi infancia
No son recuerdos de un patio de Sevilla, sino de la higuera de un viejo republicano en un barrio hecho de latas a cuya sombra descubrí, en compañía de un puñado de gitanillos buenos, lo que era la amistad. Mi infancia son un caño de agua fresquita o paseos por el muelle Cañonero Dato, de la mano de un abuelo orgulloso que gustaba de contarme historias de La Pirenaica o Radio Pekín.
Mi infancia son la radio de mi madre, a la que jamás nacieron canas sino rayos de plata, con las voces de Luis Del Olmo y Victor Jara. Mi infancia son enseñanzas de un padre que se obsesionó con llevarnos por un buen camino. No el de las universidades, sino el de la decencia.
Mi infancia son juegos en un Polígono recien estrenado, en los que, en compañía de un par de amigos, uno podía ser el Llanero Solitario, Tarzán, Butragueño, el Hombre Araña o cualquier cosa que la imaginación nos dejara. Mi infancia es Samaranch, anunciando con la voz temblorosa que la ciudad es Barcelona, Pedro Delgado alzando los brazos en París, Christopher Reeve derrotando a los malos o una naranja que fue mascota de un mundial.
Mi infancia son amigos y juramentos de sangre jamás incumplidos. Juramentos de amistad, de lealtad, de ser muletas cuando cojearamos. Juramentos que, en muchos casos, siguen aún vigentes. Es también enfermedad: un maldito corsé que me atenazó durante un lustro y una salud enfermiza durante tiempo, y fue la pena de ver a una abuela apagarse por días.
Es una hermana con la que dicen tengo tan poco en común que no me entiendo sin ella. Son vaciladas porque yo tengo un tio en América y suspiros con el día en que pudiera ver la Estatua de la Libertad. Son churros en el Campanero, es chicle Bazooka, es arena en los zapatos tras una noche de feria, son tardes de fantasía en el Cine África, a la subidita del Recinto. Es un puñado de chiquillos montándose en un viejo SEAT para jugar partidos en los llanos de la Marina o una perra que me despertaba lamiéndome la mano para ir al colegio.
Un día, me hice mayor. Y un día partiré. Y se que, como dijo el poeta, algún día mi padre no estará en el huerto ni mi madre en el maizal. Pero se también que siempre me quedarán recuerdos de esa infancia, ya sea en forma de libros de Julio Verne o Vázquez Figueroa, del anillo que luce mi dedo como el mayor de los tesoros o ya sea rememorando frases que me hicieron soñar ser Corto Maltés y poder gritar que yo soy el oceano Atlántico, el mayor de todos.
Dijo alguien que las infancias felices no interesan a nadie. Qué mentira. Mi infancia, que es mi patria, es el mejor patrimonio que tengo en el cofre de mis recuerdos. Y al cielo doy gracias por ello. Y es que, mientras la canción que mejor se escribió jamás en castellano suena en mi MP3, cada vez que veo la noche caer sobre el Chorrillo pienso que, efectivamente, está jugando en su arena.

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