- Cuántas veces habremos estado inmersos en una conversación y alguien ha soltado: '¿Te soy sincer@?'

Es justo ahí cuando sobreviene un silencio sepulcral de segundos en los que miras a la persona pensando: ¿es que no lo estabas siendo?

Realmente un@ más que esperar que los demás lo sean (algo que no depende de nosotros) debe procurar serlo. Es algo que aunque puede parecer sencillo, de vez en cuando, cuesta más de lo que parece. La sinceridad es, en mi opinión, una cualidad valiente, sin duda, pero que a veces, puede traer problemas o dificultades al enfrentarla a quienes no la aceptan de por sí o aún no tienen la madurez suficiente para ello. Hay quien prefiere una mentira antes que escuchar una verdad, tal vez por eso de que, a veces, la verdad duele.

La sinceridad de algunas personas suele ser causa de la incomodidad de otras. La incomodidad que provoca escuchar cosas que no agradan ni al oído ni al ego y que quizás sea el motivo por el que, generalmente, se prefiere ser “correcto” a ser sincero. Cada vez más, la sinceridad se reserva a las contadas personas a las que realmente importamos y que prefieren decirnos la verdad, cara a cara, a ser sólo personas de trato correcto.

Además, la sinceridad no va sólo en las palabras, si no también en la actitud, en nuestras acciones. Es uno de los ejemplos más claros que conozco de honestidad, con los demás y con nosotros mismos. Esto no quita que para ser sinceros, tengamos que tener cierto tacto a la hora de expresarnos, lo que se llama asertividad. Pretender dar nuestra opinión acerca de lo erróneo de cualquier planteamiento o de la actitud equivocada de alguien no nos da carta blanca para hacer daño. Tal vez sea lo que complique la sinceridad y que antes que plantear cómo y a quién decir qué cosa se termine prefiriendo, simplemente, ser “correcto”, sin entrar a realizar ninguna valoración.

Todo lo expuesto es perfectamente extrapolable, salvando las diferencias, a la política. La ciudadanía precisa encontrar, a fin de cuentas, sinceridad en los mensajes que recibe de sus representantes. La falta de sinceridad (estoy pensando en la última campaña de las elecciones generales en las que el actual presidente del gobierno decía que no subiría impuestos, o en la de algunos miembros del gobierno local que hablaban de superávit de nuestras arcas) hace que el receptor del mensaje sea cada vez más incrédulo con lo que escucha por parte de quienes dirigen, deciden y ejecutan decisiones que repercuten en nuestro día a día. La palabra credibilidad parece no encontrarse en el diccionario de algunos, por el motivo que sea.

Sin embargo, esto no significa que no haya quienes nos hablen con sinceridad y franqueza, aunque no nos guste lo que oímos, y aunque parezca que es una cualidad que ha quedado reservada a unas pocas personas.