- Desgraciadamente después de este fin de semana, tenemos que volver a lamentar episodios de violencia machista en nuestro país.

Ha fallecido una mujer y otras cuatro han resultado heridas a manos de sus parejas o ex parejas, sin que en ninguno de los casos existiera denuncia previa y lógicamente, tampoco existía ningún tipo de orden de protección.

Es el fruto de las relaciones basadas en el miedo, y suele ser la culminación de etapas tormentosas dentro de la pareja, basadas en la superioridad impuesta de algunos hombres sobre sus parejas. Una superioridad auto investida de autoridad, control y posesión que hace que aquel que se cree investido de ellas necesite corroborar continuamente su dominio de la situación y sobre todo de la persona con la que comparte los días.

La cuestión y lo llamativo sigue siendo el hecho de que las víctimas no hubieran denunciado previamente la violencia que soportaban día tras día.

¿Por qué?

Realmente, sólo ellas lo saben, pero hay al menos dos motivos relacionados entre sí y que se ponen de manifiesto.

El primero es que el miedo que sufrían era tan grande y las tenía tan anuladas como personas que era su mayor obstáculo, les impedía ver cualquier salida o pequeña luz al final del túnel en el que transcurren sus tristes días. El miedo, esa sensación de lastre y freno que impide que las personas se desarrollen en plena libertad. Sólo cuando se tiene confianza se vence el miedo.

El segundo, relacionado con el anterior, es que el mecanismo actual de lucha contra la violencia de género (las normas, su aplicación, la implicación de autoridades y por supuesto de la sociedad en general) no les inspira la suficiente confianza como para vencer sus miedos. Creen, las mujeres que sufren violencia de género, que denunciar las situaciones que sufren no solucionará su problema y de hecho, temen consecuencias peores por el hecho de denunciar. Continúan sintiéndose solas, aunque los demás intentemos hacerles ver que no lo están. Creen que ni ellas ni nadie puede poner fin a su tormento por más que se les insista en que pueden acabar con la situación si dan el paso necesario.

Es la mayor prueba de todo lo que queda por hacer. El hecho de que continúen existiendo muchísimas víctimas de malos tratos que no se atreven a denunciar. Mujeres que son golpeadas, insultadas, humilladas y vejadas, tanto, que han dejado de valorarse, han perdido su autoestima y no se atreven a cortar de raíz con sus verdugos: por miedo, por creer incluso que merecen ese trato, por no sentirse capaces de afrontar una nueva vida, por falta de recursos...

Los motivos son tan extensos como el número de mujeres maltratadas. Y desgraciadamente, es algo que no se puede identificar con un perfil concreto. La relación de miedo-dependencia con el verdugo y de sacrificio suele ser algo tan asimilado por las víctimas que les impide ver la anormal situación en la que se encuentran y lo que es peor, darse por vencidas frente a sus maltratadores.

Y capítulo a parte merecería los efectos de estas situaciones sobre los hijos e hijas, muchas veces también maltratados por sus padres y otras, observadores impotentes del sufrimiento de sus madres. Tanto una como otra circunstancia, les afectan irremediablemente.

Las maneras de acabar con ello las conocemos tod@s: hace falta decisión y valor por parte de las víctimas para dar el primer paso y querer salir del pozo en el que están sumidas y responsabilidad, acción y concienciación por parte de toda la sociedad y especialmente por parte de cualquiera con capacidad de actuación (administraciones en general, responsables de áreas relacionadas con mujer, cuerpos y fuerzas de seguridad, agentes sociales, etcétera).