Todo comenzó con la peatonalización de nuestra calle. Llenos de ilusión acabamos por ir descubriendo que algunas cosas que habían desaparecido en nuestras narices, lo habían hecho para siempre.

En primer lugar el poder transitar con nuestros vehículos hasta nuestro portal. Se dijo algo de unas tarjetas para los residentes en la calle, luego un vado para la carga y descarga de los comercios, una parada de autobús (saneada del tráfico), tránsito de taxis y que los contenedores de basura volverían a su lugar tras las obras.

 

Pues bien, parece que nos lo creímos de pleno. Ahora nos encontramos con una calle exclusivamente peatonal en la que no puedo llegar a la puerta de casa en taxi. Esto parece una tontería a primera vista, pero cuando la persona que va en él es una señora de avanzada edad, se tiene que recorrer la calle a pie, en vez de bajarse en el portal de su casa, la cosa cambia. Además si son más de las diez de la noche, lo hará sola y a veces hasta sin más luz que las de los luminosos de algunos comercios. Con lo que descongestionaría el tráfico y facilitaría el trabajo de los taxistas el poder atravesar el Paseo del Revellín y Camoens.

 

¿La basura? Ahora hay que ir a buscar el contenedor más cercano, que está bien lejos: ¿es que pagamos menos por la retirada de nuestros desperdicios? La razón que se nos dio, en aquel momento de preguntar, tras la inauguración, es que los contenedores harían feo en tan preciosa calle. Pero bueno, menuda excusa, ¿no les podía haber hecho unas funditas de macramé?. No, ahora tenemos a la misma mujer de antes paseando con una bolsa de basura hasta dos calles y más allá. Desolador.

Otro extraño suceso: el autobús no pasa por nuestra calle, hace un rodeo y sube por una cuesta que cuando no hay que ponerle un parche de asfalto para que no se raspe el bajo del transporte en cuestión, lo que hay que poner a prueba es la pericia de nuestros valientes conductores, que con el bus lleno de gente se ven en el apuro de escalar Millán Astray. De la parada junto al Museo, ni hablo ya, brilla por su ausencia.

 

Otra imagen penosa es ver a los trabajadores de las empresas de reparto bajando o subiendo (según se pueda parar) con enormes carros llenos de mercancía. No tengo nada contra los fabricantes de carros, pero un trato más cordial agilizaría la labor de los empleados del sector servicios. También se evitaría con ello el eterno colapso mañanero en el cruce donde arranca Méndez Nuñez. ¿Dónde está la zona de carga y descarga? Si hablamos de una obra en una casa, no te dejan poner contenedor de escombros.

 

Para acabar, no sólo no nos han dado las tarjetas para circular a los residentes, para colmo nos han retirado el derecho a poder aparcar en las calles aledañas. La excusa esta vez provoca la risa, al principio, luego llega la cruda realidad: Nuestra calle es peatonal. Pues lo es desde hace más de tres años, y hasta marzo se nos daba una tarjeta de residente para la Zona Azul, previo pago, que ahora no se nos concede. La solución dada por la empresa que lo gestiona es que pongamos un ticket cada dos horas en horario laboral o que nos hagamos con una plaza de garaje de esas que el ayuntamiento oferta, claro, a 120 euros al mes (frente a los 45 que sale el trimestre de Zona Azul). ¿Es que no sigo siendo residente de la Zona 3 en la que llevo aparcando toda la vida? En otras ciudades hay hasta Zona Verde, para los que viven en las calles céntricas.

 

En fin, que me sigan poniendo carísimas flores cada dos por tres, que pasen la manguera hasta tres veces al día en plena carencia de agua, que no llegue la del grifo con presión (eso cuando no la cortan), que terminen de una vez por todas el Complejo Cultural de la Manzana del Revellín, que nos sigan cobrando más impuestos que a nadie y que Dios le guarde la salud a los que, por su torpeza en el arte de organizar, hacen que cada día dé más alegría vivir en el Revellín.