Contra el abandono de Ceuta. El mensaje de los sindicatos convocantes de la manifestación es muy claro. Una mezcla de tristeza y de esperanza. Tristeza, porque se tiene que seguir recordando que Ceuta es una parte más del Estado Español. Y porque no se quiere que se le abandone a su suerte. Esperanza, porque aún hay ciudadanos dispuestos a pelear por su tierra.

Hay razones de peso para pensar que Ceuta la han abandonado. El doble de parados que la media nacional. El sector del comercio en crisis permanente. Los transportes de mercancías y de pasajeros hacia la península, a precios prohibitivos. Las reglas de origen, ahí, en el origen, y sin casi nadie que se acuerde de ellas, salvo honrosas excepciones. Los residuos, sin saber cómo tratarlos y queriéndoselos endosar a Marruecos. ¿Es que no hay mejores cosas que darles a nuestros vecinos?. La vivienda, escasa y cara. El suelo, en manos de los militares. La frontera comercial, sin reconocerse. ¿Los residuos no serían mercancía para su reciclaje?. El paso de mercancías, colapsado. La seguridad ciudadana, para echarse a temblar. Los políticos, peleándose por un “puestecito” seguro en la Administración, pero sin aclarar qué futuro quieren para Ceuta. El presidente del Gobierno, confundiendo lo que pasa en Ceuta con lo que se hace en Melilla, y pidiendo limpieza en las elecciones, cuando sabe perfectamente, o debe saber, que esta limpieza la debe garantizar precisamente el Gobierno, que es quien dirige el proceso electoral. El líder de la oposición, echando balones fuera sobre la españolidad de Ceuta y Melilla. Alguna prensa nacional, calentando a la opinión pública contra estas ciudades y sus gentes, y preparando el terreno para su entrega definitiva a Marruecos, una vez que la cobarde traición al pueblo saharaui haya permitido poner en manos de los dirigentes marroquíes las tierras del Sáhara. El último acuerdo de pesca parece que apunta en este sentido.

Sin embargo, también hay esperanza y futuro. En Ceuta hay personas dispuestas a pelear por su ciudad. Gentes que quieren que haya desarrollo económico, para no tener que vivir de las migajas de las subvenciones. Por eso quieren tener los mismos derechos que los demás territorios nacionales. Por eso quieren ser Comunidad Autónoma. Jóvenes que a diario participan en organizaciones sociales y sindicales y que hacen propuestas realistas para ayudar a los que como ellos quieren iniciar su propia vida de forma libre e independiente. Mujeres que se niegan a quedarse en sus casas encerradas y que acuden a formarse, a realizar actividades, a trabajar. Candidatos a las elecciones locales que se atreven a pedir que les rebajen el sueldo a los Altos Cargos, para así poder destinar partidas presupuestarias para ayudar a los más desfavorecidos, y que hacen propuestas imaginativas y realistas. Trabajadores que a diario pelean por mejorar la situación laboral de sus compañeros. Y sobre todo, ciudadanos que tienen claro que en Ceuta hay futuro y que se resisten a ser engañados con falsas promesas.

Fue en el Congreso obrero de la II Internacional, celebrado en París en 1889, donde se declaró el primero de mayo como una jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a los Mártires de Chicago, sindicalistas anarquistas, que fueron ajusticiados en Estados Unidos por su participación en las luchas por la consecución de la jornada laboral de ocho horas, que tuvieron su origen en la huelga iniciada el 1 de mayo de 1886 en Chicago. Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era hacer valer la máxima “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”.

Después de más de 100 años, los métodos de lucha han cambiado. Hoy se hacen acuerdos entre empresarios y trabajadores. La educación se ha extendido a casi toda la población y ello permite que cada vez haya más científicos contribuyendo con su trabajo a mejorar el bienestar de todos. Pero aún es necesario seguir reivindicando algo tan sencillo como la dignidad en el trabajo. En nuestros países, teóricamente pertenecientes al mundo desarrollado, se siguen produciendo injusticias laborales. Con los jóvenes que no pueden independizarse porque no ganan lo suficiente para poder pagarse una vivienda, con las personas en edades avanzadas que tienen enormes dificultades para encontrar trabajo si han sido despedidos. Con las mujeres que siguen sufriendo la doble explotación, en sus trabajos y en sus casas. Con los inmigrantes, que se les priva de sus derechos laborales más elementales.

Por supuesto, el mundo ha evolucionado mucho. Aunque más para unos que para otros. El tremendo crecimiento económico y la globalización, que deberían de haber servido para llevar el progreso y el bienestar a millones de personas, parece que ha degenerado en una mayor desigualdad y en un deterioro del medio ambiente sin precedentes. Hoy, millones de personas en todo el mundo sobreviven con menos de un euro al día. Millones de niños trabajan por salarios miserables para que nosotros podamos ponernos las mejores zapatillas deportivas a unos precios de risa. Cientos de mujeres y niñas son obligadas a prostituirse para poder mantener a sus familias. En decenas de países las poblaciones permanecen en porcentajes de analfabetismo más altos que en los nuestros hace más de 100 años.

Pero a pesar de todo sigue habiendo lugar para la esperanza. Y de la misma forma que con la lucha de aquellos mártires de Chicago se beneficiaron millones de personas en todo el mundo, hoy día, los miles de ciudadanos que siguen creyendo en la justicia, en la paz, en la dignidad y en los derechos humanos siguen siendo los verdaderos artífices del progreso social. Ellos son los que siguen manteniendo viva la llama de la libertad. Su contribución a la mejora de la sociedad beneficia a las generaciones actuales y beneficiará a las futuras. Ellos son la esperanza. Ellos hacen que todos los días sean primero de mayo. Y a ellos dedico estas líneas.