La playa, además del lugar de descanso y diversión del verano, también puede ser un magnífico laboratorio sociológico para el estudio de costumbres y comportamientos de las personas. Así, a través de los juegos preferidos de los jóvenes, podremos concluir acerca de su predisposición al deporte, a la lectura, o al botellón. O si con sus actividades respetan o no a los demás, ya sean niños, mayores, o chicos de otros grupos.

Pero también de la observación del comportamiento de los más mayores, o si lo prefieren, de los menos jóvenes, se pueden sacar enseñanzas y conclusiones interesantes. Por ejemplo, de esas madres, o padres que llegan a la playa con los niños, o con toda la familia, y en lugar de relajarse, comienzan a acaparar más del espacio necesario para así hacer apartados y divisiones, hasta casi reproducir las de sus propios domicilios. Por supuesto, al final, no sólo no consiguen descansar, sino que logran que los que hay a su alrededor tampoco lo hagan. Sobre todo, porque el escaso espacio disponible ha sido ocupado por unos pocos. Como en la vida real.

 

Me ocurrió el otro día en el 'Desnarigado'. Era temprano y había decidido llegar andando hasta allí por el camino de tierra que están rehabilitando desde el Sarchal. Por cierto, con este es el segundo año y no lo acaban. Mi intención era darme un baño ligero y volver por el mismo camino. Y así lo hice. Las aguas estaban cristalinas y la playa vacía. Salvo dos personas. Estaban instalando su tenderete para la familia. Ocuparon el mejor lugar. En primera línea, un toldo, atado a varias piedras, que llegaban hasta el agua. Así podrían estar en el agua, pero a cubierto del sol. Sólo había un problema. Que cortaban el paso de un lugar a otro de la playa a los demás. A continuación, subiendo por las escalinatas, hasta lo que era la depuradora, habían instalado otros toldos, debajo de los cuales había colchones, cocinas, mesas..., y todo lo necesario para hacer la comida durante el día. Cuando acabaron, uno de ellos se fue. De vuelta, casualmente lo vi lavando el coche en la puerta de su domicilio, supongo que esperando a que el resto de la familia se levantara, para llevarlos a la playa, que previamente había ocupado, casi al completo.

 

También en la playa de la Ribera. A primera hora de la tarde. Llegaba para darme un baño ligero, para a continuación pasear algo y, si encontraba sombra, sentarme a leer, no más de media hora. De esta forma puedes dedicar el resto de la tarde a trabajar algo más relajado. Mi costumbre de no tomar mucho el sol se debe a que tengo una piel bastante sensible. Por suerte, había una sombrilla libre. La había visto desde que bajaba a la playa. Pero cuando me estaba acercando, una niña de no más de seis o siete años saltó a la misma, lanzando previamente su flotador, para así llegar antes que yo, o al mismo tiempo, como ocurrió. La niña me miró con despecho, como queriéndome decir que el sitio le 'pertenecía'. Detrás llegaban dos madres, que no sólo no dijeron nada a la niña, sino que tomaron posesión del espacio, sin dirigirme la palabra. Evidentemente la habían mandado corriendo para que yo no pudiera hacerme con el parasol. Acto seguido colocaron sus bolsos, zapatos, juguetes y demás atuendos, en el palo de la sombrilla. Y fuera de ella, en el sol, tendieron cinco o seis toallas. Más allá, en el mismo borde de la playa, instalaron la piscina de plástico para el niño pequeño. De esta forma, ya no se podía andar por allí. A continuación, una de las madres fue a bañarse. La otra se tumbó, al sol, y comenzó a fumar. Una vez que terminó, de fumar, enterró la colilla del cigarro en la arena, sacó su espejito y comenzó a mirarse la cara, supongo que para asegurarse que la pintura de los labios no se le había 'corrido'. Cuando acabé de bañarme y estuve seco, me fui a mi casa. No me quedé a leer la media hora acostumbrada, porque la única sombra que había estaba ocupada por las pertenencias de estas madres acaparadoras. Por supuesto, la niña que habían utilizado para 'pillar' el sombrajo de madera, ni se acercó más al lugar. Una vez cumplida la misión que la madre le encomendó, jugaba feliz en el agua.

 

Es curioso ver a padres quejarse de la mala educación que se les da a sus hijos en las escuelas, o a otros pidiendo el endurecimiento de las penas a los niños delincuentes. Sin embargo, muy pocos son capaces de darse cuenta de que puede que sean sus propios comportamientos los que estén ayudando a agudizar los problemas de los jóvenes de las sociedades avanzadas. La cultura del individualismo. La ley del mínimo esfuerzo. La violencia. La pasividad ante los problemas de la vida. La insolidaridad. Todas son ramificaciones del mismo problema. De difícil solución. Pero que debemos abordar.