Por fin llegué a la fórmula de la felicidad. Justo al final de mis vacaciones. Previamente pasé por los jardines del Generalife, que antaño utilizaran los reyes musulmanes de Granada como lugar de descanso, y en los que hoy día se realizan variadas actividades culturales para disfrute de la ciudadanía. En esta ocasión se trataba de la representación de la adaptación de la obra de Federico García Lorca, “Poeta en Nueva York”, realizada por la coreógrafa y directora del Centro Andaluz de Danza Blanca Li.

En ésta obra, que García Lorca escribió durante su estancia en la Columbia University de Nueva York, de 1929 a 1930, en plena crisis económica, se representan las emociones provocadas en el poeta por la gran ciudad en crisis, que él mismo resumió magistralmente: “arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia. En una primera ojeada, el ritmo puede parecer alegría, pero cuando se observa el mecanismo de la vida social y la esclavitud dolorosa del hombre y máquina juntos, se comprende aquella típica angustia vacía que se hace perdonable, por evasión, hasta el crimen y el bandidaje. (…)”.

En el libro de Eduardo Punset, “El viaje a la felicidad”, que me ha servido de cabecera durante este período estival, se dedica un capítulo a las causas de la infelicidad en las sociedades complejas, que se resume en tres factores: el ejercicio abyecto del poder político, la disparidad o desigualdad entre los índices de crecimiento económico, y lo que el autor denomina la sociedad de las averías (por ejemplo, lo que ahora está ocurriendo en Barcelona). Infelicidad que se pretende combatir con comida, sexo, drogas y alcohol, pero que no se consigue. Es decir, lo que ya el poeta captó de forma premonitoria hace más de 70 años, es lo que los científicos confirman en la actualidad.

Pero también nos da su fórmula de la felicidad, que está en nosotros mismos. Para conseguirla, tres elementos fundamentales a tener en cuenta, que algún día deberían ser la auténtica educación para la ciudadanía en las escuelas. En primer lugar, intentar eliminar los factores que reducen el bienestar, como las nefastas influencias del adoctrinamiento grupal, lo que aprendemos sin necesidad, o el miedo al futuro. En segundo lugar, ser conscientes de la carga heredada de factores que contribuyen a nuestra infelicidad, para neutralizar sus efectos en la medida de lo posible, como nuestro envejecimiento, nuestra predisposición a determinadas enfermedades, la falta de transparencia de los sistemas políticos, o nuestra tendencia a estresarnos con sólo imaginar situaciones de peligro futuro. Y por último, potenciar los factores significativos que contribuyen a nuestra felicidad. Las emociones serán esenciales. Un proyecto, por muy racional que sea, sin un grado de emoción y locura, no conducirá a la felicidad. Dedicar más recursos a nuestro propio mantenimiento, así como al de los animales y las plantas. La búsqueda permanente y la expectativa. Y por supuesto, fomentar las relaciones personales, pues tienen una incidencia en los índices de felicidad mucho mayor que el clima o el crecimiento económico.

Como se dice al final del libro, con estas bases sobre la ciencia del bienestar estaremos preparados para adentrarnos en el estudio de otras ciencias del conocimiento, incluida la música y el arte, o en proyectos de todo tipo, con la garantía de que nos proporcionarán elevados índices de felicidad. Por esto, quizás no estaría nada mal que con motivo de la celebración del Día de la Autonomía de Ceuta, todos, no sólo los políticos profesionales, nos propusiéramos embarcarnos en el importante proyecto de conseguir que Ceuta sea Comunidad Autónoma. Si lo hacemos desconfiando del adoctrinamiento de los grandes partidos políticos y grupos mediáticos, confiando en el futuro y en las relaciones con nuestros propios vecinos, con emoción y espíritu de búsqueda permanente de lo mejor para todos y, sobre todo, perdiendo los complejos y el miedo a molestar a nuestros gobernantes, o a los del vecino país, por lo menos seremos felices mientras que lo intentamos.