Juan lamenta, mientras mezcla los ingredientes del Bloody Mary, la crispación en la que se ha instalado el partido al que él vota y en el que se querría ver representado, y menea la cabeza salpicando un golpe de pimienta casi refunfuñando por los acontecimientos que tiene que presenciar. Y es que ‘su’ partido se empeña en no darle una oportunidad a la ‘tranquilidad’ ni siquiera en su propio seno.
Y a Juan, como a la inmensa mayoría de la derecha racional, le gustaría mayor moderación en el trato, que dejase ver de la política una cara más agradable, mucho más si cabe en esta situación de desazón económica internacional, donde las propuestas deberían suceder a los argumentos ensordecedores de todos los crispados.
Se escurre por la conversación, tras chasquear la lengua, el análisis de entrenador que los seguidores del deporte balompédico llevan dentro para pasar el trago de tener que seguir dando la razón a lo que no le gusta nada. El fútbol, como el Bloody Mary que acaba de servir, intenta calentar el cuerpo y alejar el fantasma de aquella indigestión que no ha sanado la derecha más recalcitrante del país, aumentada ahora tras los pasados resultados electorales que no le ha hecho reaccionar y tomar nota de que la ciudadanía a la que pretender representar esta cansada de tanto griterío.
Tras saborear el buen hacer de Juan salgo del local mordiéndome la lengua para no recordarle aquella frase de Unamuno que decía que “la envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual” o que el silencio del envidioso está lleno de ruidos, como escribía Gibran; ya tiene bastante el hombre con lo que le está tocando vivir.