“La política es el departamento ‘Espectáculos’ de la industria” decía Frank Zappa. Ya sé que la mayoría no sabe siquiera quién es, pero búsquenlo en los diccionarios más actuales en la sección musical; no obstante viene al pelo de múltiples reflexiones que sobre este antaño llamado ‘arte’ se tiene en la actualidad. De hecho, dicha consideración, perfectamente determinada por Debord, se alimenta con personas como Chomsky, que dicen que “el papel de los medios de comunicación en la política contemporáneo nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y sociedad en la que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad”.

Bueno, imagínense los miramientos que ponemos a un prospecto de un medicamento y en nada a lo que no es ni siquiera reconocible con la facilidad, aquello que ‘comemos’ y ‘deglutimos’ intelectualmente como productos políticos y de los que se supone tendrán que ver aspectos de nuestro futuro. Efectivamente, a ningún partido político presente en la actual contienda electoral -felizmente acabada para salud mental del respetable- se le ha exigido un programa político al que asirse en el caso más que demostrado de que alguna de sus promesas resulten incumplidas.

Sin ir más lejos, era un hombre público alemán quien dijo “en política, lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno”, se llamaba Konrad Adenauer. Quizás por todo ello, y gracias a la falta de escrúpulos de todas las partes (la de los que engañan y la de los que son presuntamente engañados) deberíamos crear el Partido Proselitista, una especie de pluscuamperfecto de lo demagógico pero que no tiene necesidad de estar expuesto a análisis alguno. Además, aunque este proselitismo de la palabra fue atado originalmente al cristianismo y su sarcasmo evangelizador, también se utiliza para referirse a las prédicas de otras religiones, convirtiendo a la gente a unas creencias u otro punto de vista, religioso o no.

En este sentido, “hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas” como decía Mark Twain; bien, pues entonces seamos degeneradamente proselitistas y hagamos del engaño un gesto casi estético que remueva la imaginación, al fin y al cabo parece ser que es lo único que queda realmente reivindicable; aboliendo las plúmbeas citas públicas y los enfrentamiento mediáticos de una sinrazón peculiar e indemostrable, huérfana de texto que acredite dicha credibilidad.

La reciente campaña se ha caracterizado por la falta de fiabilidad, especialmente del aspirante, que era quien tenía que demostrar que albergaba propuesta alternativa. De lo ocurrido tras la manipulación del atentado… mejor ni hablar; basta apunta la deleznable actuación de la primera edil valenciana y su coetáneo alicantino.

Hagamos proselitismo, sin miedo ni ambages, sin condiciones; pero proselitismo embustero y demagógico que desarrolle nuestra creatividad: más vale un gesto creativo que una mala digestión intelectual. Política pluscuamperfecta.