Hay medios de comunicación que hacen ‘terrorismo informativo’ sin el más mínimo escrúpulo; bien es cierto que la mayoría de los que actúan así denotan la falta de profesionalidad de su dirección, pero la incitación a la xenofobia, a la discriminación, al rancio racismo heredado en este país del franquismo, y prácticamente a la revuelta de la ciudadanía contra cualquier etnia, raza o religión que no sea el nacional catolicismo de la presunta pureza blanca nacional es, sin lugar a dudas, un acto terrorista tan dañino como una bomba, y genera muertes y situaciones de imposible convivencia.

En el caso de Ceuta, peor. Ya que en este reducido espacio territorial conviven todas las religiones monoteístas y, al menos, cuatro etnias de carácter y costumbres diferentes, con abrumadora presencia principalmente de los adscritos a las creencias católicas y musulmanas (las dos que se ven principalmente alentadas a confrontar por estos medios beligerantes).

No vale ampararse en el artículo vigésimo de nuestra Carta Magna, el de la libertad de expresión, cuando se vulnera el Derecho a la Información manipulando groseramente el propio hecho informativo, o la libertad de culto y de las razas, incitando al enfrentamiento. No vale cuando esa misma manipulación, en plena demostración de su falta de profesionalidad, o tergiversa los datos asistenciales de uso público (los de uso común) haciendo ver que los de la pura raza están perjudicándose de otras que presuntamente lo merecen menos. No vale cuando, en plena demostración de su falta de profesionalidad, utilizan como fuente (en un ‘copiar y pegar’ lamentable) medios asimismo tendenciosos, manipuladores del sentir común y generadores de falsos miedos que están dirigidos por quienes añoran la prensa del ‘movimiento’.

No obstante, lo curioso es que esta Administración local, empeñada (al menos verbalmente) en la conciliación de la llamadas ‘cuatro culturas’, mantiene económicamente estos medios díscolos con la democracia a través de ese ejercicio fullero del periodismo. Una Administración que, por otra parte, prefiere lavarse las manos como Pilatos en un ‘café para todos’ pagado con el dinero de los contribuyentes, y que soslaya los criterios de ecuanimidad para el reparto de estas prebendas (de facto) emanadas de sus arcas sin exigir, al menos, un control ecuánime de su difusión.

Estos medios, que enarbolan el emblemático ‘si vis pacem para bellum’, son un lastre para la convivencia pacífica de una ciudadanía que está abocada a mezclarse y entender en esa mezcla, porque todo esto lleva al inexorable ‘abyssus abyssum invocat’ (el abismo al abismo llama) que los propios cristianos describieron en los Salmos, para recordar a los presumibles plumillas de medio pelo que quieren ejercer y engendrar ira en vez de conocimiento, que ese camino sólo lleva a la ruptura social. No todo vale; no todo es socialmente lícito.