Acabo de ver en televisión al Club Melilla Baloncesto proclamarse por tercera vez en su historia campeón de la Copa del Príncipe. Y además de gozar de un trepidante partido de baloncesto, he disfrutado con el triunfo del equipo de la ciudad hermana, disfrute que he de reconocer ha ido acompañado de otro sentimiento, la envidia. Envidia sana si quieren, pero envidia al fin y al cabo, no sólo de la victoria sino de la algarabía de un pabellón abarrotado, especialmente de gente joven, ante el triunfo de su equipo, demostrando una vez más que la Marea Azul es una de las mejores aficiones de la LEB. Envidia porque por desgracia es un sentimiento que aquí hace años que abandonamos, en un día en el que una vez más los titulares deportivos se centrarán en el enésimo tropiezo, y esta vez al menos se ha conseguido un empate, de la Asociación Deportiva Ceuta.

Y como siempre me pasa cada vez que veo o leo algo relacionado con el baloncesto en Melilla me he puesto a pensar, y no puedo evitar preguntarme qué demonios hemos hecho mal para que nuestros compañeros de costa cuenten con una institución como el Melilla Baloncesto, y aquí desde hace años los mayores éxitos deportivos se circunscriban a que cada uno logre ganar en su casa partidos on line al Fifa o el Pro.

Y tan sólo hay que echar la mirada unas cuantas líneas atrás para buscar al que creo no es que sea culpable, pero sí el catalizador de la lamentable situación deportiva de Ceuta. Y es que desde hace más de diez años esta ciudad sólo vive, respira y piensa en un equipo que por su parte se empeña en seguir dando cabezazos a la pared del ascenso, que continúa impertérrita y dispuesta a no venirse abajo. Por armas no será, por cierto, que ya quisieran los orcos de Mordor contar con un presupuesto para arietes como el de la Asociación Deportiva Ceuta, pero los resultados cantan, y quien no quiera verlo la verdad es que se enfrenta a un serio problema de miopía.

No es el objetivo de este texto analizar el por qué de ese fracaso perpetuo del equipo de fútbol local, sino el impacto que el resurgir del fútbol profesional ha tenido en Ceuta. Como decía anteriormente, hace muchos años que no veo a la afición disfrutar con su equipo, conseguir triunfos, un club capaz de ilusionar a una hinchada. Doy vueltas a la manivela del recuerdo y creo que me vienen imágenes, sensaciones, gritos. Pero no en un campo abierto, no. Había techos, quizás, sí, puede que fuese un pabellón. El nombre... un equipo, algo relacionado con ¿coches?. Parece que recuerdo, hago un esfuerzo y finalmente rescato del fondo de un cajón olvidado aquel equipo, aquel Mitsubishi Ceuta Fútbol Sala. Una etapa no demasiado larga en el tiempo, pero gloriosa, en el que el nombre de nuestra ciudad se codeaba con la elite de un deporte que mantengo es el que mejor se puede adaptar a nuestras características. Porque lo siento mucho, pero gastar la millonada que se invierte anualmente en un equipo de una disciplina que no practica nadie es de imbéciles. Sí, han leído bien, que no practica nadie. ¿Cuantos jóvenes juegan al fútbol en Ceuta? Un porcentaje por favor. Es más, háganse esta pregunta los que leen la columna ¿cuantas veces ha jugado usted al fútbol en su vida? Y cuando hablo de fútbol lo hago de once contra once, sobre hierba o tierra, en un campo de medidas medianamente reglamentarias. Bien, y ahora ¿cuántas horas sin embargo ha destinado al fútbol-sala? Bien, es lo que yo decía.

Sin embargo aquel sueño del fútbol sala se esfumó, terminó por desaparecer. El deporte dio sus últimos estertores con un Samsung Ceuta que durante algunos meses invitó a soñar, pero que terminó relegado al fantasma de las competiciones inferiores, en el destierro del olvido. Aquel mismo sitio en el que se encuentran desde hace años en Ceuta el balonmano, el baloncesto, el rugby, el volleyball, o incluso ese tenis de mesa que tuvo la osadía de colocar a un equipo en competición europea. Todos muertos y enterrados ante la hegemonía absoluta de un rodillo que a su paso no deja más que devastación y terreno baldío. Tan sólo persisten los éxitos deportivos de los de siempre, pero lo siento por los Delfines de mi corazón, el piragüismo no pasa de ser un deporte del que disfrutan tan sólo los que lo entrenan y lo practican.

¿De quien es la culpa? De todos, la verdad. De una sociedad que sigue empeñada en querer un equipo jugando al menos en Segunda División, pero a la que acudir al campo le es más incomodo que una sesión en el dentista. De unos clubes sin aspecto social, meras entidades acumuladoras de fichas, incapaces de sobrevivir si no llega papá Ayuntamiento con fondos para llenar las arcas. De unos empresarios que jamás han estado comprometidos con nada que no sea su propio beneficio y por lo tanto incapaces de dedicar parte de su porcentaje de ganancias a una actividad tan poco gratificante como el patrocinio deportivo. Y como no, también de unos medios de comunicación, y aprovecho para realizar una dura autocrítica a este mismo periódico en una deficiencia de la que tengo bastante culpa, cuya cobertura en información deportiva apenas llega más allá del desastre semanal de la A.D. Ceuta. Culpa de todos y ninguno, ya que por encima, guste o no, se encuentra la omnipotente figura del ‘ultra’ metido a presidente, que sigue disponiendo de las arcas del Ayuntamiento para cumplir su fantasía inalcanzable. Por Dios, que alguien le regale una vieja copia de algún PCFútbol, a ver si así se le quita el mono.

Y si siguen considerando que soy un agorero y que el fútbol no es tan malo, recuerden que por culpa del equipo profesional tenemos en Ceuta al egregio columnista de gallarda figura. ¿A que al final tenía yo razón?