- Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid (1981), Bardají  fue subdirector del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos hasta 2004. En la actualidad dirige el área de Política Internacional de la Fundación para el Análisis y los estudios Sociales (FAES), ligada al PP. Este artículo ha sido publicado este lunes en los medios del Grupo Intereconomía.

Catorce kilómetros es la distancia que separa a España del norte de África. Por el estrecho de Gibraltar, porque en realidad lo que nos separa de Marruecos es una verja de seguridad patrullada por la Guardia Civil en torno a Ceuta y Melilla. Simplemente por eso ya debiera preocuparnos la intensidad y la dirección que tome la mal llamada “primavera árabe”.

Hay más razones que la proximidad, sin duda. Para empezar, nuestra dependencia del suministro energético de los gasoductos que nacen y pasan por suelo argelino y marroquí. Si el aumento del precio que ahora el nuevo Egipto pide a Israel para servirle gas por el Sinaí es una advertencia de lo que nos puede ocurrir a nosotros en un futuro no muy lejano.

Y hay más. Imaginemos que los dos únicos países que de momento se resisten a los cambios, Argelia y Marruecos, sucumben y caen presa e la inestabilidad. Si, al igual que está ocurriendo en otros países de la zona, los islamistas fueran haciéndose paulatinamente con las riendas del poder, ¿cuántos intentarían escapar a un destino de represión y desesperanza? Decenas de miles, como mínimo. Y a más pobreza, más desesperación y más emigración. Lo de Italia y Libia sería sólo un aperitivo.

Y luego queda nuestra especificidad de Ceuta y Melilla. Poco importa que los marroquíes que ya viven allí prefieran la soberanía española a la marroquí. Es una cuestión política que les trasciende. Ninguna nueva fuerza política en Marruecos, laica o fundamentalista, podrá sustraerse a la tentación de abanderar la recuperación de nuestras tierras. Es su complemento a la cuestión del Sáhara y cuanto mayores sean las frustraciones internas, más potente el recurso a las aventuras externas.

Desgraciadamente, no hay visita privada de nuestro monarca que compense la irrelevancia o la estulticia de nuestro actual Gobierno quien, entre otras sandeces, todavía cree que Basher el Asad puede ser un reformista. Quien suceda a Zapatero, cuando le suceda, lo tiene crudo.