Imagen de los trabajos sobre la valla en Melilla.
- En 2007 el Gobierno Español llevo a cabo una reforma importante en el perímetro terrestre de la Ciudad Autónoma de Melilla.

Se retiró la concertina –es decir, el alambre con cuchillas que coronaba la valla fronteriza-. Y se substituyó por un nuevo sistema, en ese momento tildado por las autoridades de “seguro y menos lesivo”.

La novedad tal vez más significativa consistió en la instalación de la célebre “sirga tridimensional.” La sirga, conocida como la tercera valla, es un cable trenzado situado entre las dos vallas, cuyo objetivo es impedir el tránsito entre las mismas y, en consecuencia, el acceso irregular de inmigrantes a la ciudad. En su momento fue presentado como un sistema único en el mundo. Como una estupenda innovación en el floreciente mercado de la seguridad fronteriza. La reforma costó 30 millones de euros.

Ahora, seis años más tarde, la Delegación del Gobierno de Melilla afirma que esa sirga ya no sirve. Que ha dejado de ser infranqueable. Y argumenta algo sorprendente: la sirga no sólo ya no impide la entrada de inmigrantes en Melilla, sino que la facilita. La Delegación explica que la sirga ayuda a los inmigrantes a impulsarse en sus saltos hacia la ciudad desde Marruecos. Asimismo, el mismo director general de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, sostuvo el mes pasado que la sirga no debería haberse instalado allí, porque, en realidad, apuntó, dificulta las tareas de vigilancia de los agentes.

En consecuencia, 30 millones de euros después, el Gobierno justifica la necesidad de realizar nuevas reformas en el perímetro.

Los hechos ilustran a la perfección la lógica inherente en el proceso de fronterización de la Unión Europea que Claire Rodier desmenuza en su último libro “El negocio de la xenofobia. ¿Para qué sirven los controles migratorios?” (Marcial Pons). Rodier argumenta que cada nuevo dispositivo de control fronterizo, en lugar de aportar la seguridad prometida, tiene como principal utilidad revelar los fallos y lagunas de los precedentes, así como la finalidad primordial de justificar los que le sucederán.

En esta ocasión, el nuevo fetiche de la securización fronteriza que se instalara en Melilla tiene nombre y apellidos. Se llama “malla antitrepa”. La nueva estructura metálica se está instalando sobre la valla actual y su objetivo es impedir que los inmigrantes introduzcan los dedos en los agujeros de la actual barrera para escalarla.

Pero la nueva reforma de las vallas melillenses no se detiene aquí. El segundo elemento a destacar en esta la enésima modificación securitaria del perímetro no es ninguna innovación. Se trata de un viejo conocido en el universo de la fortificación: el alambre con cuchillas (la llamada concertina).

El alambre con cuchillas coronaba la valla melillense hasta la reforma de 2007. Fue retirado por ser considerado lesivo. Pero ahora vuelve a instalarse. Ante la inminente puesta en marcha de Eurosur, el tecnológicamente avanzado y sofisticadísimo nuevo “sistema de sistemas” de vigilancia fronteriza en la Unión Europea, la reintroducción de cuchillas en el perímetro de Melilla representa una asombrosa vuelta a los orígenes de la oscura tradición fortificadora. Asistimos a un palpitante maridaje de innovación y tradición al servicio de un único objetivo: la inmovilización de personas en las fronteras de la Unión.