Desde luego Israel constituye un problema sin precedentes. En primer lugar si usas la fuerza para desalojarles de su casa, no se comportan educadamente y no se marchan. Para continuar, les secuestras, les bombardeas, les rodeas, les bloqueas, les denigras y les haces la guerra y parece que les da igual; resultado, siguen sin irse. No es suficiente con montar campañas a favor del pueblo palestino, ni con amenazarles con que el abandono de su amigo más fiel, los Estados Unidos. Siguen en sus trece y se quedan.

Desde tiempos bíblicos el pueblo hebreo ha demostrado una tenacidad a toda prueba y, además, a enseñado a propios y extraños, que es coriáceo a la hora de tragar con ruedas de molino. Ni seis millones de muertos de la Sohá, ni los sucesivos intentos árabes de vencer por la fuerza de la guerra a Israel desde 1948, han logrado hacer retroceder ni un centímetro al pueblo judío. Es su tierra y no se van.

Pero ustedes se preguntarán porqué es tan violenta la oposición de los países árabes a Israel; y a poco que reflexionen se darán cuenta de que la explicación es muy simple: el estado hebreo es el único estado democrático de la zona. Ni las monarquías absolutas como la saudí o las de los emiratos, ni repúblicas islamo-fascistas como Irán, ni dictaduras como la siria o la libia, ni repúblicas personalistas, ni estados talibanizados y en fase de desintegración, pueden, ni de lejos, definirse como estados democráticos. Ni uno sólo de los países del continente africano, excepción hecha de Sudáfrica puede tener la consideración de estado democrático, salvo el estado de Israel.

Los palestinos no han sabido ni hacerse respetar en el mundo árabe, al que pertenecen, y, sin embargo, al que han traicionado en repetidas ocasiones; y de esto pueden dar fe jordanos, egipcios y libaneses, cuyos países han desestabilizado en el pasado con el objeto de hacerse con el control político de los mismos. La última de estas aventuras la encontramos en el apoyo decidido de la OLP a la ocupación de Kuwait por parte de las tropas irakíes. Al mundo árabe le cuesta mucho encontrar motivos reales para mantener su nacionalismo pan arabista, y para eso le viene muy bien encontrar una victima y un chivo expiatorio de todos sus males.

La víctima doliente: el pueblo palestino; el chivo expiatorio: Israel, Pero señores esto no es más que puro teatro. Y que no se me mal interprete, no es que no me duelan o no me importen los muertos de uno y otro bando; ni que sus muertes sin distinción de credos me parezcan una desgracia irreparable. Son una desgracia por el dolor que producen y, son irreparables, porque ningún tratado ni acuerdo les devolverá la vida. Habrá que esperar a la trompeta del último día.

Mientras tanto es mejor que los pueblos árabes no piensen en el estado de Israel como en un experimento democrático que podía tener validez para ellos, sino como en un enemigo cruel del Islam asesino de niños y mujeres.

Porque si la democracia israelí se pudiese aplicar a los países árabes, quienes pagarían los caprichos de los reyezuelos medievales del Golfo, quienes querrían mantener las extravagancias de la familia saudi, quién soportaría de buen grado la intolerancia de los talibanes, o Hizboláh o cualquier otro, por qué motivo deberían morir mis hijos o los del vecino para mantener a tal o cual Comendador de los creyentes que se pasa la vida en el casino de Mónaco mientras otros transportan fardos por la frontera.

Por qué deberían emigrar mis gentes mientras que una cerrada casta de sacerdotes y funcionarios se hacen con el control de la riqueza del país.

Teatro, simulacro, papel pintado; todos los países árabes saben que el mayor error que pudieron haber cometido en la historia reciente ha sido el no apoyar la decisión de la ONU de partición de Palestina en dos estados en 1948. La actuación palestina posterior les ha hecho perder la legitimidad internacional que una vez pudieron haber tenido. Lo que los estados no democráticos del área no soportan de Israel es su naturaleza democrática y, no están dispuestos a afrontar, de ninguna manera, cambio alguno que pueda varíar el status de las familias, gerontocracias o cortes palaciegas gobernantes en los mismos.

Lo demás es pura cortina de humo.