La fe inquebrantable del Barça triunfó en Mónaco, la ciudad de los pecados capitales, un feudo con escasa tradición futbolística y muy dado a los caprichos, dispuesta a que la final se disputara en la rueda de los penalits como si se tratara de un juego más de azar. El esfuerzo de los muchachos de Guardiola fue homérico hasta el último minuto de la prórroga, con Pedro, Bojan y Messi en el frente de ataque, señal de que Ibrahimovic ya se habia rendido ante Chigrinski. La defensa que montó el viejo estratega que es Lucescu había desactivado el plan de ataque de Guardiola hasta que Pedro encontró la rendija al lado del poste del imponente Pyatov después de un tuya mia con Messi, protagonista de una final escasa en ocasiones. La sensación es que al equipo azulgrana todo le costara mucho más este año que el pasado. La impresión, sin embargo, es que al igual que entonces jamás se rendirá.