- miércoles 08 mayo 2024
La reunión de los dirigentes socialistas del pasado sábado sirvió, entre otras cosas, para que nuestro presidente admitiera el hecho de que algunas de las decisiones adoptadas están tomadas a bote pronto, sin preparación alguna. Lo dijo cuando afirmó que «la tarea de gobernar incluye improvisar», una petición de principio que no sería compartida por casi ningún gobernante del mundo civilizado, convencidos de la necesidad de meditar, sopesar y reflexionar sobre un asunto antes de llevarlo a cabo. La improvisación resulta valiosa en el mundo de la farándula y es un preciado recurso a la hora de actuar, porque estimula la creatividad de los actores. Es verdad que en la improvisación, la intuición permite al intérprete actuar en situaciones inesperadas y solucionar los problemas que surjan en escena. Pero por lo que se sabe hasta el momento, actuar no debe ser el papel fundamental del inquilino de La Moncloa y sí tenerlo todo pensado, estudiado y analizado para solucionar los severos problemas con los que se enfrenta el país y en los que, vistos los resultados, la improvisación no ha lugar.
Los españoles, a diferencia de alemanes o franceses, somos un pueblo muy dado a improvisar para salir del atolladero, pero todos los expertos coinciden en que esta característica hispana no funciona en la situación actual. Este ha podido ser el motivo de la marcha de Solbes, Sevilla y otros del entorno presidencial; personas en desacuerdo con el despilfarro actual del Ejecutivo y partidarios de la reducción del gasto como una de las formas de empezar a mejorar las cuentas. Protestaron con la improvisación de los 400 euros; y tenían razón, dado que no reactivó el consumo y sí costó 6.000 millones de euros. La de los 420 ha multiplicado su coste inicial, porque en principio dejaba fuera a la mayor parte de los desempleados de larga duración y qué decir del «Plan E», que si bien ha creado un determinado número de puestos de trabajo temporales ha destruido otros tantos o más ante la imposibilidad de que los ayuntamientos dispusieran de ese dinero o parte del mismo para pagar sus deudas con las pymes. En caso de haber podido hacerlo, estas no se hubieran visto obligadas a cerrar y enviar a los trabajadores al paro. Ahora, con el fin de paliar el coste de tanta improvisación, el Ejecutivo lleva varias semanas improvisando cómo y qué impuestos va a subir para meter un poco de dinero en las secas arcas del Estado. La medida afectará a las clases medias, porque a «los ricos», como demagógicamente llama el Gobierno a quienes ingresan más, no les va a pillar. Normalmente disponen de buenísimos asesores que les evitan, de manera legal, ser acribillados a impuestos.
El presidente insiste en la necesidad de alcanzar un consenso político y social y, sin embargo, a la hora de la verdad nunca se logra por la inexistencia de unos planes gubernamentales que puedan aunar voluntades sobre medidas y objetivos concretos para los próximos meses. El Gobierno prefiere otear el horizonte y, en función de lo que indiquen los sondeos de opinión, decir hoy una cosa y mañana la contraria. Y está claro que cuando la ocurrencia se confunde con el pensamiento, al final se termina en el error.